C. JIMÉNEZ

La inspiración en las formas de la Naturaleza a la hora de diseñar no es nueva. Ya en el siglo XV, Leonardo da Vinci trataba de diseñar una máquina para volar imitando los movimientos de las aves. A mediados del siglo XX nació el socorrido velcro, fruto de la observación de lo difícil que era quitar cardos del pelo de un perro y de la ropa. La emulación consciente de la genialidad de la vida natural ha sido una constante a lo largo de la historia de la Humanidad, y esa inercia es la que han querido trasladar los profesores Santiago Martín y Ramón Rubio a los alumnos del curso de Extensión Universitaria sobre ecodiseño que ayer se clausuró en el Acuario de Gijón.

«Nuestro objetivo es sensibilizar sobre el respeto a la vida, pero también cómo nos podemos inspirar en las formas de la Naturaleza a la hora de diseñar productos», subrayan los docentes. El curso, de carácter multidisciplinar, ha incluido la visión de filósofos, empresarios, ingenieros y consultores de medio ambiente. El arte de estudiar e imitar a la Naturaleza y de inspirarse en ella para crear nuevas tecnologías se denomina biomímesis y presenta tres estadios, según el profesor Ramón Rubio: «copiar las formas, los procesos o el ecosistema completo».

Diseño biomiméticos son las hélices de un helicóptero que siguen el movimiento de las semillas de arce al caer del árbol, los bañadores de los atletas de élite, que imitan las escamas de los tiburones para reducir la fricción con el agua, o las aspas de las torres eólicas, que siguen las formas de la aleta de la ballena jorobada para reducir las turbulencias de aire y ser más eficientes. «De la Naturaleza surgen muchas ideas que condicionan diseños», dice Martín.

Hay empresas que han estudiado la adherencia de los mejillones al fondo marino para sacar al mercado un superpegamento o unas tiritas válidas para el medio acuático. El último ejemplo se sitúa en la organización del tráfico en las ciudades, basándose en el desplazamiento de los bancos de peces. Aunque el nivel más alto de biomímesis se sitúa en la agricultura, donde los ingenieros americanos se encuentran en la vanguardia al tratar de imitar las formas de vida de la pradera natural para impedir que las grandes extensiones de monocultivo sean objeto de plagas. «Se ha incrementado un tres mil por ciento el uso de pesticidas, pero las pérdidas por plagas se mantienen constantes», señala Rubio, preocupado también por la necesidad de atender el respeto al medio ambiente en el diseño de productos.

Las certificaciones de calidad, el nuevo código técnico de la edificación y el impulso a las energías renovables son aspectos que, a juicio de los responsables del curso, permiten avanzar en la práctica del ecodiseño. No obstante, consideran necesario concienciar a los alumnos y profesionales de esta disciplina sobre la necesidad de diseñar productos y servicios teniendo en cuenta el medio ambiente, cuidando aspectos como la ecología, la ética ambiental, el análisis de ciclo de vida, la biomímesis y la legislación vigente al respecto. Y destacan que la próxima norma europea de ecodiseño (50001) «abre un campo tremendo de negocio». En la Universidad ya se han apuntado y el ecodiseño forma parte de la oferta académica para cuarto curso de los nuevos grados de Ingeniería.