Lamentan algunos que la Iglesia no publique un documento importante de la Jerarquía como tal, ya sea del Papa o de la Conferencia Episcopal, que denuncie las causas de la crisis económico-financiera y, sobre todo, a las instituciones que la provocaron, la mantienen y la agravan cada día más con las vaivenes a que la someten. Suelen venir estos lamentos de sectores que, normalmente, no le dan mayor valor a la que pueda decir el Papa, como máxima autoridad de la iglesia, cuando se pronuncia sobre otros temas.

Es cierto y así se reconoce, que la encíclicas sobre cuestiones o situaciones socioeconómicas y laborales que han afectado a la humanidad, desde la Rerum Novarum de León XIII, a finales del siglo XIX, han sido positivamente valoradas por la descripción de la situación socioeconómica, los análisis certeros que presentan y los principios que señalan para la defensa de la dignidad de la persona y el mantenimiento de un orden social más justo en el que se le de a cada uno lo que le corresponde. Todas ellas han tenido un denominador común: que la persona está por encima del dinero, que la economía está al servicio del hombre, peligro amenazador que entraña el capitalismo neoliberal en el que hoy nos movemos. Nunca han pretendido abanderar una ideología política ni un sistema económico, como algunos equivocadamente han señalado, apuntando que estos documentos papales propugnan, casi siempre, una «tercera vía». Lo que si han señalado los papas, especialmente, desde Juan XXIII en la Mater et Magistra (15 de mayo de 1961) hasta la Centesimus Annus de Juan Pablo II (1 de mayo de 1991) son aquellos principios que toda economía, para ser humana y estar al servicio del «bien común» (concepto clave que ha puesto en vigor la Mater et Magistra), ha de respetar y tener en cuenta.

Alabanzas y congresos sobre esas encíclicas, muchas, pero aplicaciones prácticas y tenerlas en cuenta en la ordenación y las leyes, pocas. Desde hace tiempo, la separación entre economía y ética es cada vez mayor, a pesar de que se ha comprobado que la ética hace más productiva la economía repartiendo mejor la riqueza. El resultado de esta separación no puede ser más desastroso. Se suele resumir en una frase lapidaria pero que produce escalofrío: «Los ricos son cada menos pero más ricos y los pobres cada vez son más y más pobres». Los analistas más objetivos comprueban que la globalización ha hecho que la riqueza que se ha generado a nivel mundial en el siglo XX haya crecido de forma muy rápida y en cantidades difícilmente imaginables, aunque haya aumentado notablemente la población, pero la distribución de la renta generada ha sido caótica. Este es el panorama que presenta la crisis.

Benedicto XVI tiene pronunciamientos precisos sobre este trance que sufrimos. Los hiperprogresistas no le prestan mucha atención. Tienen con J. Ratzinger el mismo síndrome que los hiperconservadores tuvieron con Pablo VI. La historia encumbrará el magisterio de los dos grandes intelectuales que supieron iluminar el tiempo que les tocó vivir. Las tres encíclicas que ha publicado el papa Benedicto, en diversa intensidad, rezuman un marcado carácter social. Especialmente en la última, «Caritas in Veritate», publicada el 29 de junio de 2009. A primera vista, podemos ser escépticos de que la caridad y la verdad tengan algo que ver con la economía porque ésta, por encima de todo, busca el beneficio. Más de lo que se piensa. Sobre todo, con una economía social que ponga en primer plano la persona. Sin ellas, la sociedad no puede ser humana y justa. «El amor, "caritas", es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz». «La verdad es "logos, que crea "diálogos" y, por lo tanto, comunicación y comunión». Pero no se refugia en las nubes. Denuncia que el actual desarrollo económico está aquejado de graves problemas que han salido ahora a la superficie. Menciona una actividad financiera mal utilizada y en buena parte especulativa, los imponentes flujos migratorios, frecuentemente provocados y luego mal gestionados, o la explotación sin reglas de los recursos de la tierra. Alude al papel de la empresa y a los problemas que genera la deslocalización, motivada por la búsqueda de mayores rendimientos, las desgravaciones fiscales y las leyes laborales más permisivas. Aterriza plenamente.

Pero la mayor contribución de este documento es el énfasis que pone en el valor que puede prestar el conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia, hoy bastante descuidada por el olvido de la conciliar Gaudium et Spes. ¿La rescataremos en este cincuentenario? La entiende como un instrumento valioso y privilegiado para facilitar el dialogo entre la iglesia y el mundo hipnotizado por lo tecnocrático. La doctrina social de la Iglesia argumenta desde la razón y el derecho natural y quiere servir a la formación de las conciencias en lo político, social y económico. Es el mejor ofrecimiento que puede presentar la Iglesia para alcanzar cotas más altas de justicia y humanismo. Recuperar esta enseñanza, en la predicación y en la formación, es un desafío para la pastoral de hoy. Documentos los hay. Hace falta reforzar la conciencia de la sociedad civil para que no quede fagocitada por los nuevos imperialismos económico-financieros y haya más personas responsables que apuesten por el «bien común».