La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un símbolo aceptado ya "por todos"

Areces recuerda que el artista vasco se sintió "impactado" por el espacio de la vieja atalaya de balleneros y que le encantaba el diseño urbanístico de Cimavilla

La idea de colocar una gran escultura en lo más alto de la Atalaya había surgido años antes entre las actuaciones contempladas en el llamado Plan Especial de Protección y Reforma Interior del barrio de pesquerías, que el Ayuntamiento (durante el mandato 1983-1987, con el socialista José Manuel Palacio Álvarez en la Alcaldía), encargó a los arquitectos Francisco Pol y José Luis Martín, con la colaboración de los también arquitectos Juan González Moriyón y Fernando Nanclares. Fue el primer gran plan de "cirugía urbana" para recuperar la zona fundacional de la villa, a la par que se transformaba el puerto viejo en una dársena aseada para la náutica deportiva y, con ello, se ponía en marcha un reclamo turístico. La actuación urbanística en Cimavilla se dividió en dos partes: una, la transformación del cerro de Santa Catalina en un gran parque público, y segunda, la rehabilitación de los viales y plazas del barrio alto con la posterior incorporación de ayudas para la rehabilitación de edificios y viviendas.

La transformación del cerro de Santa Catalina en un gran parque público no era un planteamiento nuevo. Ya en el Plan de Reformas Urbanas de 1937 del gobierno municipal frentepopulista se contemplaba convertir los terrenos, entonces militares, en una zona de esparcimiento frente al Cantábrico. El proyecto se pudo acometer en los años ochenta del siglo pasado, después de que, en febrero de 1982, el alcalde José Manuel Palacio y el gijonés José Antonio Sáenz de Santa María, capitán general de la VII Región Militar, con sede en Valladolid, firmaron la reversión al municipio de los terrenos militares del cerro de Santa Catalina y también del cuartel de El Coto de San Nicolás.

En el plan urbanístico para el cerro de Santa Catalina sus redactores proponían, entre otras actuaciones, erigir una escultura, a modo de hito, en lo más alto de la Atalaya y mirando al Cantábrico. En concreto: "La instalación de una escultura monumental, en el eje central del paseo, en el mismo lugar en que se asentó la ermita de Santa Catalina y la atalaya de los balleneros". Con la llegada de Areces a la Alcaldía se avanzó en la idea de levantar esa gran escultura en el cerro de Santa Catalina. De esta forma, con el arquitecto Vicente Díez Faixat como presidente de la Fundación Municipal de Cultura y Jorge Fernández León en el puesto de director, se decidió hacer el encargo a Chillida.

Areces recuerda que fue precisamente Francisco Pol quien le habló de la posibilidad de entrar en contacto con Chillida: "Había sido premio 'Príncipe de Asturias' y tenía muchos encargos internacionales, así que le dirigí una carta; aceptó recibirme y viajé hasta San Sebastián, hasta su casa.". El artista le habló al entonces alcalde de sus proyectos y le mostró algún boceto: "Era una persona muy amable, muy próxima; me contó que había recorrido la Bretaña y encontrado lugares, con fortificaciones militares, de su gusto".

Lo cierto es que Areces convenció a Chillida para que visitara Gijón y el cerro de Santa Catalina: "Le impactó el lugar". El escultor, muy preocupado por la relación de escala de sus obras con los emplazamientos elegidos, concibió el "Elogio" como un "espacio escultórico". Areces hace resaltar que si decidió hacer su obra en la vieja atalaya de balleneros fue porque sería una "escultura pública". "Para él, el horizonte era la relación entre el hombre y el espacio", añade.

Y así, por aquel súbito enamoramiento que Chillida experimentó al ver el lugar que le ofrecían los gijoneses, fue cómo se concretó la obra. Le encantaba, además, el diseño urbanístico de Cimavilla."Tuve que moverme", rememora Areces, que movió hilos con Pedro de Silva, a la sazón al frente del Gobierno de Asturias, y en Cajastur, de la que el alcalde de Gijón era vicepresidente. El artista, que buscaba la grácil curvatura que es característica de esta escultura, hizo una gran maqueta en forespan. Eligió como director de la obra a un ingeniero de su entera confianza, José Antonio Fernández Ordóñez.

Llegó el 9 de junio de 1990, la fecha propuesta para la inauguración. No fue una presentación pública tranquila. Al pie de la escultura se concentraron las trabajadoras de Confecciones Gijón, en lucha por sus puestos de trabajo, y un tal Eusebio Compam, que reclamaba una vivienda social, agredió a Areces y al concejal de Urbanismo, Jesús Morales. Al día siguiente, hubo más fotos en los periódicos para Compam que para Chillida y su "Elogio". "Creo que esta escultura es un buen símbolo que perdura y que nos señala el futuro", piensa Areces, quien cree, además, que la pieza "ha envejecido bien".

El "Elogio", que Chillida quiso explícitamente levantar en hormigón, sufre las erosiones naturales del mar y del viento. Son visibles. Y también alguna pintada de los vándalos. Sin embargo, como la propia ciudad, parece resistir. El también artista Francisco Fresno, autor de algunas de las mejores esculturas urbanas gijonesas ("Torre de la Memoria", en el parque de Moreda" o "Hacia la luz", en la rotonda de Albert Einstein), está convencido de que la escultura del cerro es, sin duda, "un símbolo de la ciudad". "Cumple lo que nos enseña la historia del arte: es un nexo de identificación para el grupo, para la colectividad".

Fresno subraya que en esa condición icónica que ha alcanzado el "Elogio" ha sido fundamental el enclave elegido: "Es accesible para todo el mundo y está en un entorno y un paisaje excepcionales, además de establecer una relación muy especial con el lugar". Cuenta su propia experiencia con esta obra de Chillida: "La primera vez que vi ese abrazo abierto se me puso la carne de gallina". El pintor y escultor hace resaltar que las polémicas generadas por la obra han venido bien: "Indican que no resulta indiferente, pero la autoridad en estas cosas, como ocurre con todo, debe tenerla quien sabe; es una pieza con mucha entidad".

Carlos Casariego, uno de los artistas que mejor ha fotografiado Gijón (además de Nueva York o La Habana, entre otras ciudades), es de los que defiende la conveniencia de "dejar los lugares como están". En su opinión, el "Elogio" supone un "elemento innecesario en el perfil gijonés". Crítico con obras como la que se ejecutó en la plaza del Parchís o con la instalación de las "Letronas" en Fomento, el lugar más fotografiado de Asturias, opina que lo mejor "es dejar tranquilas a las ciudades". Ahora bien, esta posición de partida no enturbia su juicio sobre Chillida: "Es un escultor muy importante; aunque influenciado por mucha gente, es un creador". "Me gusta más el 'Peine de los vientos" (está en San Sebastián) que el 'Elogio", que me interesa pese a resultarme un poco frío". Casariego prefiere el edificio de la Laboral.

"Ha costado trabajo asimilarlo porque, quizás, estábamos acostumbrados a cosas más simples, pero hoy el "Elogio" es un símbolo", dice la presidenta de la federación de asociaciones vecinales de la zona urbana gijonesa. Y asevera Tita Caravera: "Hoy todo el mundo lo ha aceptado".

Compartir el artículo

stats