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Míticos de Gijón

El amu de la calle Corrida

Emilio Ceinos, que heredó de su padre el negocio de lotería, se convirtió en el vendedor de entradas para el fútbol y los toros más popular de Gijón

Ladislao de Arriba, el viejo Ladis, se quejó un día en la prensa por no poder admirar la obra de Velázquez cuando la antológica en el Museo del Prado y se perdió "el morbo" de ver la momia de Lenin. Todo ello porque Emilio Ceinos no estaba ni en Madrid ni en Moscú para librarle de hacer cola. Esa era una de las cualidades de un hombre bueno y honesto que a pesar de que su familia era oriunda de Palencia absorbió el gijonesismo en su ADN. Y lo regaló junto a su bondad en pequeñas dosis en forma de décimos de lotería o entradas para el fútbol y los toros sin más coste adicional que la voluntad.

Emilio Ceinos era el rey de la calle Corrida y "el amu" en los restaurantes aledaños. Nunca quiso tener jefes ni horarios y sus periplos en otras lides fueron breves. De minutos. Desde siempre buscó seguir la estela de su padre, Ángel Ceinos García (Palencia, 1889) que llegó a Gijón en 1896 en compañía de su padre Pedro Ceinos Carrera -abuelo de Emilio- después de enviudar. Ángel, casado con María Luisa Iglesias Uría en 1918 en la iglesia de San Lorenzo, comenzó a trabajar de limpiabotas en el salón de Manolo Argüelles en la calle Corrida labrando cada día una gran amistad. Juntos, y con los Villaverde, jugó en el Real Sporting. Luego colgó las botas y empezó con la venta de lotería y entradas hasta su muerte. Antes tuvo diez hijos porque Ángel Ceinos siempre buscó una plantilla completa de fútbol. Primero llegó Ángel, y luego Luis, Perico, Emilio, Carlos, José Mari y de pronto nació Libertad. Los más suspicaces del barrio de La Arena se apresuraron a decirle al patriarca: "se te jodió el equipo". Una realidad que se negó a aceptar y les respondió categóricamente: "de eso nada, esta va de taquillera". Luego llegaron Marino, Marisol y Jorge, que cerró la lista.

Emilio Ceinos optó por ser autónomo y seguir los pasos de su predecesor en la venta de boletos para cualquiera de los espectáculos que se programasen en la villa, especialmente para los partidos del Real Sporting, del que fue socio toda su vida, y en las corridas de toros. Millones de entradas vendidas a precio real más la voluntad, nunca exigida, de sus clientes, que le permitían vivir. Pronto se convirtió en un banco ambulante, en el primer cajero automático de la ciudad mucho antes de que las sucursales bancarias abarrotasen Gijón con máquinas expendedoras de dinero. Todo aquel que se viera apurado tras una jornada de cartas y alterne acudía a él a por el préstamo que sin dudar les concedía.

De esta etapa afloran muchas anécdotas. Una de ellas se la desveló él mismo a Guillermina Caso en la "Hoja del Lunes". Compartía escena con otros dos vendedores locales y apareció un grupo de chinos a comprar entradas. Portaban pesetas y dólares que se les antojaron a sus dos compañeros pensando que harían negocio. "Cuando marcharon los chinos se volvían locos dando cortes de manga diciendo 'chinito tlagal, chinito tlagal'. Pero cuando se dieron cuenta tenían 700 pesetas de menos. Ambos se apresuraron a buscarles para reclamar, los encontraron en el Corona pero había tantos que no supieron a quién exigirle cuentas porque eran todos iguales. Lo que me reí yo aquel día, mira que dejarse engañar por unos chinos", relató Emilio.

Sus andanzas le llevaron varios años a Sevilla, aunque no a la Real Maestranza. Sí a la feria. El alcalde Luis Cueto-Felgueroso instaló durante varios años una caseta del Ayuntamiento de Gijón en la Feria de Abril para promocionar la ciudad y eligió a Emilio de encargado. La idiosincrasia del evento festivo manda que todo el que entre por la puerta está convidado a todo. Cada poco iba uno de los camareros de una caseta aledaña a la de Gijón y con su sevillanía le decía a Emilio: "Seíno, una fabada para este vesino. Seíno, que tengo aquí a otro vesino". Tantos llegaban a entrar que un día, ya harto, le respondió con gijonesismo "¿Qué ye, ho, que vives en un rascacielos? Ya estoy cansau de tantos vecinos".

Emilio Ceinos no siempre logró agilizar las colas en los espectáculos. Los que él protagonizó, junto a sus hermanos, abarrotaban la plaza de toros de El Bibio en las becerradas que organizaban y el maestro era él, sin duda. En ocasiones utilizaba un calderu para dar de beber al toro mientras sus hermanos agarraban por el rabo al becerro. Tal fue el clamor de una tarde que los tendidos rompieron a aplaudir y durante la vuelta al ruedo les lanzaron más de 200 puros en agradecimiento por la tardes que los hermanos Ceinos les habían ofrecido. Al ir a recogerlos comprobaron que en realidad se trataban de palos de escoba cortados de tal forma que diesen el pego a simple vista.

Tal era su popularidad en el ruedo que incluso tuvieron actuaciones por otras plazas de la región. Llegaron a contratarles en Candás con las fiestas del Cristo para un espectáculo nocturno con becerros de por medio. En su día relató Emilio que era de noche y sólo pusieron un foco. Pasaron mucho miedo porque no veían nada y "tuvimos que torear a palpu". Así siguieron hasta que una aciaga tarde un astado le infirió en el vientre una cornada que a punto estuvo de perforarle el pulmón. Un aviso para Emilio que recibieron y asumieron todos los hermanos para cortarse la coleta.

También heredó la venta de lotería y llevó a gala no haber repartido jamás un premio notable más allá de lo puesto. "Soy el decano de los vendedores de lotería y nunca di un premio; ya no sé para qué la compran". Pese a sus advertencias la gente insistía y compraba una y otra vez. "Ya la puedes tirar", les decía Emilio, pero hacían oídos sordos. "Alguno empieza a decir que la mía ye lotería portuguesa". Pero volvían.

La venta de lotería se acabó el 20 de junio de 1993 por culpa de una dolencia de colon. Ese día, en El Molinón, que jugaba el Sporting, se guardó un minuto de silencio en su memoria. Le despidieron en la parroquia de San Miguel de Pumarín antes de que sus restos reposasen por siempre en el cementerio de Ceares. Al día siguiente de su muerte se publicaron en la prensa local tres esquelas en su nombre. Una, de su familia, en agradecimiento al trato dispensado por los sanitarios en el hospital de Cabueñes; otra encabezada por su esposa, Celsa Rea López, y sus hijas Libertad, Esmeralda y Rosa María -además de sus hermanos, nietos, bisnietos y demás familia política- y una tercera tributada de forma coral por los restaurantes Riscal, El Retiro, las cafeterías Korynto, Tívoli, Mayerling, Tívoli Pub, Bar Corona, Nelson Pub, Confitería Helguera y el Café Central.

Poco se puede añadir ante una persona que, en compañía de otros, esquilmó el pedreru de San Lorenzo para coger "sapes", pintarlas de rojiblanco y echarlas a andar por la ovetense calle de Uría antes de un Oviedo-Real Sporting en el viejo Tartiere.

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