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Memorias 1

"Bueno tejía las lecciones con doscientos hilos; Alarcos, por el contrario, seguía un razonamiento muy explícito"

"En el verano, en León, siendo aún estudiante, trabajaba en el campo con mis padres; las fábulas de Esopo, apoyado en un árbol después de estar toda la mañana segando, se leen de otra manera"

José Antonio Martínez, en la Facultad de Filosofía y Letras, en el campus del Milán de Oviedo.

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Un opositor indignado. "Años después, ya profesor en la Universidad, estaba en el movimiento de los PNN, durante la Transición. Era la época de la legalización del PCE. Asistí a una reunión abierta encabezada por González Campos, del PCE o muy cercano. Nos dijo que la reforma de la Universidad iba a consolidar los estamentos, con catedráticos y todo lo demás. Nosotros, tontamente, no queríamos eso que, bien se vio, era mucho mejor para todos. Mejor ser funcionarios por muchas razones. De esa reunión salí frustrado, no era un activista, leía, trabajaba y si había que ir a una manifestación o a una asamblea se iba. Pues eso, al salir de esa reunión, fui al departamento de Lengua Española donde Gregorio Salvador estaba dando un curso de verano. Entonces él era ya más bien de derechas. Había basculado por una razón personal, muy humana, que siempre he comprendido. Vamos, que conté lo que había ocurrido y empezó: 'Ya os lo decía yo, ya os lo decía yo. Usted debe presentarse a las oposiciones. Ya mismo debe firmar para dos plazas que hay en La Laguna. Tiene muchas posibilidades con su tesis'. Yo estaba tan indignado que al día siguiente fui al registro y las firmé sin ninguna intención de presentarme. Pero con el tiempo me presenté y las saqué. Fueron las únicas oposiciones que hice en mi vida. Estoy muy contento. Las oposiciones son dolorosas incluso sacándolas".

Temblores ante Bueno. "En Veterinaria de León conocí a tres profesores que después me darían clase. Gustavo Bueno, en aquella especie de selectividad, nos dio una conferencia. Íbamos advertidos. Me temblaban las piernas; me apetecía decir 'por favor, ¿puede repetir?'. Y me tocó también Cachero. Eran como el agua y el aceite. Nos parecía que Bueno unía a Judas con los pobres, era muy difícil seguirlo. Bueno tejía las lecciones con doscientos hilos a la vez; Alarcos, por el contrario, seguía un razonamiento muy explícito. Doscientos hilos y casi sin distinguir los colores. Después te encantaba porque era como resolver acertijos. Cosas de lógica. Lo pensaba todo, sin duda, pero iba tan deprisa que no llegaba a manifestarlo todo de una forma expresa. Alarcos, eso sí, en voz baja. No lo oía nadie. Eran cursos de 130 alumnos por lo menos. Hablaba bajo mientras fumaba. Bueno no, era virtuoso, fumaba pero nunca en clase. Alarcos hablaba en voz baja porque si no, decía, ustedes hablan y se mueven como cangrejos en una charca. Y santo remedio, todos callados. Si alguien metía ruido le llamábamos inmediatamente la atención porque entonces no se oía en absoluto a Alarcos".

Al acabar la carrera había trabajo. "A finales de mayo de quinto curso tenía lista la tesina. La hice por mi cuenta sin encomendarme a nadie, sobre teoría literaria. Pensé en presentársela a José Caso. Con Alarcos no tenía ninguna confianza, nunca había hablado con él. Caso me dijo que de todo lo que desbordara el siglo XVIII no quería saber nada; Cachero estaba en EE UU, en la Universidad de Princeton, así que fue Alarcos quien me ofreció entrar en la Universidad. Fui a la Facultad con mi cuñado Mario Postigo, que estaba haciendo la tesis doctoral sobre Valente y se la dirigía Alarcos. Iba a presentarle una parte. Alarcos al verme dijo: '¿Y usted?'. Mi cuñado sin contar conmigo le comentó lo de mi tesina. Se la di. Me dijo que volviese en unos días, que la iba a mirar. Le comenté que no, que, ya de vacaciones, estaría en León. Me citó en Veterinaria, donde iba a estar para la selectividad. Fui y me dijo si me podía encargar de dar clases en la Facultad el próximo curso. Bueno y Cachero tenían sus estilos docentes. En la variedad está el gusto. Eso ahora no existe. Asistía a las clases de Alarcos, en la carrera, no podía permitirme el lujo de suspender, pero me costaban mucho porque me resultaban aburridas. Las daba por los libros que había escrito. Llevaba el libro en trozos a clase".

Fábulas de Esopo después de segar. "Mis vacaciones eran en el tiempo de más trabajo en el pueblo. Trigo, centeno, cebada y remolacha azucarera porque era zona de regadío. En el verano, en León, siendo aún estudiante, trabajaba en el campo con mis padres; las fábulas de Esopo, apoyado en un árbol después de estar toda la mañana segando, se leen de otra manera. Nunca perdí un día de escuela porque me mandaran trabajar en algo, porque había que llevar la vacas donde fuere y no podían mis padres. En octubre de 1965 ingresé en la Facultad que estaba en el edificio histórico de la calle San Francisco. Era algo mayor, tenía ya 20 años. En Feijoo estaba aún Hacienda. En San Francisco estábamos con los de Derecho y el Rectorado, que ahí sigue. Ciencias estaba ya fuera".

Entre el Alvabusto y la whiskería Noel. "Los profesores, enfrente, en el Alvabusto y en la whiskería Noel, por la noche. Estaba en la calle Doctor Casal. Entré bien en la Universidad. Algo asustado. Pero ya había estado interno en Astorga y sabía lo que era un gran centro, aunque no como la Universidad. No podía perder el tiempo. Llegué a primero con la voluntad de ganar una beca".

Clases particulares de Latín y Griego. "El primer año lo cursé gracias a un préstamo de 12.000 pesetas que me hizo la Delegación Provincial de Educación de León. Y lo devolví al terminar la carrera. Sin intereses. Lo devolví con cierta alegría cuando tuve trabajo, que fue inmediatamente. Cobré el primer sueldo y sin ordenadores ni nada me notificaron que tenía que devolver el préstamo. El segundo año me las arreglé como pude dando clases particulares. Estaba muy bien formado en Latín y en Griego. Vivía en pensiones. El primer año, en una pensión del tiempo, costumbres y calidad de la época de Benito Pérez Galdós. Allí estuve dos años. Al tercero, con otros compañeros, alquilé un piso en Capitán Almeida. Hacíamos la comida, la compra, como una familia. Teníamos inquietudes políticas y literarias. Algunos escribían sus novelas. Un gran dibujante, José Miguel Marinas, hacía las ilustraciones. Era un piso bajo la inspiración, creo yo, de un hermano de este novelista de León, Luis Mateo Díez, que está en la Academia, autor de "Las estaciones provinciales". Era jesuita laico y debía de tener una especie de misión para trabajar entre los estudiantes. Subsistía en un piso. Nunca hubo allí nada de tipo religioso, pero sí político".

Con Pedro de Silva entre los estudiantes católicos. "Iba a la JEC, a la Juventud Estudiante Católica, encima del Alvabusto. Ahí recalaba Pedro de Silva, que fue presidente del Principado. Estudiaba Derecho por libre. El último años volví a una pensión con un compañero de curso que ahora está en un instituto en Cantabria. Teníamos una habitación y pagábamos la ducha aparte. Veinticinco pesetas cada uno a la semana. Podíamos ducharnos las veces que quisiésemos, pero con agua caliente sólo una y por la mañana. Estaba cerca de Capitán Almeida. Al poco tiempo se murió el marido de la señora y nosotros dos tuvimos que hacer el velatorio. Creo que no tenía familia. Casi como 'Las galas del difunto', de Valle-Inclán. La galdosiana estaba en la calle Asturias. En la otra, tras morir el marido, nos llevaba el desayuno. Era el marido el de los recortes, el de la austeridad, el del austericidio. Vamos, que nos cogió cariño. Y estando en el piso comíamos en comedores público-privados que ponían familias en sus domicilios. Iba mucho a uno cerca de la iglesia de San Juan. Durante todo el año cené con un compañero en la cafetería Jena. Fuimos un día y cenamos un pincho de tortilla. Volvimos otra noche, comimos más pinchos. Los camareros, como era muy tarde, nos ponían la bandeja entera. '¿Cuánto cobro, un pincho, no?' 'Pues... sí'. Así que durante un año cené en la cafetería Jena pagando un pincho y comiendo los que quería, eran muy amables. Nos contaron que los llevaban para casa y el resto los tiraban. Así acabé la carrera".

Una tesina en ausencia. "Hice la tesina sobre las propiedades del lenguaje poético. Me la dirigió Alarcos. La leí en ausencia. Tuvieron que leerme la tesina porque coincidió con el día en que me casaba. Enrique Rojas, un buen compañero, me la leyó. Era el 2 de julio. En el tribunal estaba uno de Teoría Literaria que había venido de Londres. Preguntaba. Mi amigo había estudiado Historia y Etnología con Valdés. Después fue director comercial de la Seat aquí y posteriormente fue a un instituto. Alarcos, decía 'No está, se está casando'. El de Londres no entendía nada".

Tesis doctoral en el ferrocarril del Vasco. "Empecé a dar clases prácticas en la Universidad por las tardes. Pagaban una miseria, que era por otra parte lo que correspondía. Entré en el Instituto Jovellanos de Gijón nada más acabar la carrera. Era lo que ocurría antes. Daba clases a mayores en el nocturno y de trabajos manuales a los bachilleres. La directora era Sara Suárez Solís. Pasé a Pravia. Vivía allí. Daba clases allí y en la Universidad por las tardes. Hice la tesis doctoral en el ferrocarril del Vasco, de Pravia a Oviedo y vuelta todos los días. Tardaba más de una hora. A veces en Grado el tren no quería seguir y ponían un autobús. Se producían aludes y enterramientos de la vía. En casa, con la Olimpia, escribía la tesis. La acabé en 1973, en poco más de un año y eso que al final tuve una crisis y la rompí, pero ya estaban todas las ideas así que la reescribí muy rápido. El título era 'Propiedades del lenguaje poético', una extensión de la tesina. Por eso la hice tan rápido".

Alarcos, una persona estupenda. "La dirigió Alarcos. Era una persona estupenda, no se metía en nada, te dejaba hacer y corregía sólo las meteduras de pata que te perjudicaban. Pero no para que dijeses lo que él quería, aunque ciertamente resultaba difícil estar en desacuerdo con él. Se publicó en 1975 gracias a una ayuda que me consiguió Alarcos en la Fundación Juan March. Fue la última obra de la imprenta La Cruz, que estaba en la plaza de Feijoo. En Gredos, editorial de prestigio, ahora es de RBA, estaban Dámaso Alonso y Valentín García Yebra. Dámaso Alonso no quiso publicarla. Yo le enmendaba un poco la plana. Junto con Carlos Bousoño era el que más sabía al respecto. Dámaso no era como Alarcos. Era más engreído, no era tan generoso. En una ocasión Alarcos lo invitó a dar una conferencia y lo picó: 'Mire, don Dámaso, le voy a regalar un libro...' y sacó el mío. 'Sí, me suena, en fin, la vida, ya sabe que no fue posible porque en ese momento la editorial...', se disculpó".

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