La filosofía es un instrumento para paladear y encarar mejor el mundo que nos rodea y lo hace reflexionando sobre cuestiones de nuestra vida cotidiana como la decisión de voto. Ese es el objetivo del ciclo de charlas "Filosofía y sociedad", organizado por la Universidad de Oviedo y la asociación "Cauce del Nalón", en colaboración con el Club LA NUEVA ESPAÑA en las Cuencas. El ponente fue presentado por María Luisa Marrón, miembro de la asociación.

Javier Gil Morán comenzó su intervención preguntándose si el voto en democracia es una obligación o un derecho y señalando que "como ciudadanos, nos debemos respeto unos a otros, por eso el voto es el mejor ejemplo de lo que es un derecho político". Hizo referencia a la extendida idea de que votar redunda en la calidad de la democracia, aunque desde Platón se vincula la política y los votantes con la relación de dependencia entre un médico y un paciente, "con la salvedad de que ahora los pacientes tienen la opción de cambiar de médico si ni les satisface su trabajo".

El ponente habló de las dos alternativas encontradas sobre el proceso de emisión de voto. Una es la del argumento igualitario, "que partiendo del deber cívico de votar aspira al voto legalmente obligatorio, es decir toda la población tendría que votar en los procesos electorales". El otro argumento es el epistográfico, "que va de la obligación cívica de abstenerse a la abstención legalmente obligaría, en la que una parte de la población". Dedicó un tiempo a analizar la tendencia a la baja en la participación electoral en las sociedades democráticas occidentales y habló sobre las tres líneas de interpretación que justifican el descenso. "Algunos lo consideran como un mal o incluso una amenaza grave para la democracia, otros dicen que es irrelevante y hay quienes lo consideran incluso como una auténtica bendición", destacó, señalando que "es síntoma de que somos democracias autosatisfechas y condescendientes que ocultamos nuestras carencias como la de la participación en procesos electorales".

En su opinión, "puede existir un círculo vicioso de causas y efectos por los que la abstención es consecuencias de la crisis de la democracia porque enraíza en las desigualdades sociales y económicas que esa democracia no ataja, pero es también causa porque genera desigualdad políticas, refuerza el clientelismo y alimenta el descontento y la desafección política". Todos estos elementos sirven, según el filósofo, "como defensa a la corriente que aboga por el voto obligatorio, ya que con la universalización real se conseguiría una representatividad efectiva, y sería la solución al problema de acción colectiva". En el otro extremo, apuntó, están "los que proponen la abstención arguyendo que está permitido todo lo que no está prohibido, y por tanto esa opción es un deber legal y personal y está por encima de todo reproche moral". Incluso hay una corriente más extremista "que apuesta por obligar a la abstención obligaría a quienes carezcan de motivación, conocimiento, racionalidad o habilidad para votar bien".