San Antolín de Ibias,

Sehila LÓPEZ

Los veranos en los pueblos ibienses se asemejan más a los de Castilla que a los del resto de Asturias. Es una característica que viene dada por el microclima del concejo, a su vez producto de su orografía y de su orientación. El pasado sábado a mediodía el mercurio superó los 30 grados en San Antolín, la capital municipal y no es raro que, en verano, pase de 40.

Con un calor así, el concejo tiene bien merecido el apelativo de «sartén de Asturias». Para aquellos que aún no lo sepan, Mayi Colubi se encarga de explicarlo. La guía turística responsable del Aula de la Naturaleza de San Antolín comenta que, «aquí se llegan a alcanzar hasta 42 grados, y es que estamos rodeados de montañas que hacen de freno a las nubes». La suma de un cielo despejado y la orografía de la zona dispara las temperaturas. «Se trata de un valle cerrado y no corre el viento», puntualiza Colubi.

Y ya que se trata de una sartén, qué menos que intentar freír unos huevos. «El otro día no frió el huevo que pusimos al sol, yo creo que fue porque no lo colocamos en una piedra», comenta, frustrado, Bernardo López, un vecino de 77 años que regenta desde hace medio siglo el comercio Uría. López tiene claro que las altas temperaturas de Ibias nada tienen que ver con el calentamiento global ni con el «efecto invernadero»: «el calor sigue siendo parecido al de antes; tengo visto a paisanos echar espuma de salitre por la camisa cuando mallaban. Por entonces no tenía colesterol porque, como no dejaba de sudar...», apostilla, con sorna, este comerciante.

Algunos, como Eva López y Luismi Ambres, optan por refrescarse en la buena piscina. Esta pareja de Cangas del Narcea no ignora el sobrenombre del concejo. «Sabemos que aquí siempre ha hecho mucho calor y es donde más sol hay en Asturias», explica Ambres, a lo que López replica, a renglón seguido, que «no es lo mismo estar trabajando que en la piscina porque te metes al agua, y está».

Los concejos vecinos aprovechan estas condiciones, tal como corrobora el propio socorrista de la piscina municipal, Jesús Cotelo. «La piscina se suele llenar de gente de Degaña, de Cangas del Narcea, de todos lados y de todas las edades». Este joven cangués hace las veces de meteorólogo y se lanza con una predicción muy positiva: «durante el mes de julio ha hecho malo, pero en agosto irá a mejor». Haciendo bueno el refrán de que «más vale pájaro en mano que ciento volando», algunos deciden aprovechar el momento. Cristina Álvarez y José Manuel Riesco se apuntan al carro de la piscina. «Ya que es donde más sol hace, hay que aprovechar para ponerse morenos, pero, eso sí, siempre con la nevera portátil», manifiesta Riesco.

Para aquellos que se han criado por estas tierras no hay nada nuevo bajo el sol y soportan estoicamente el calor sin apenas darse cuenta. Ángeles Pérez y Raquel Barrero son buenos ejemplos de ello. «Sobrellevamos bien los días de calor; con temperaturas altas, nos ponemos debajo del árbol y, si el tiempo acompaña, arprovechamos y vamos al río», cuenta Pérez, quien destaca el verano tan atípico que se está registrando en Asturias. «Este año está siendo raro porque desde siempre se llega tranquilamente hasta los 38 grados a la una de la tarde. Sin embargo, esta última quincena de julio ha hecho bastante malo».

Quizá sea ese el motivo que ha movido a Ramón Antonio Suárez, Jesús Cabal y José Alcalarbuerna a realizar un peregrinaje por el Principado. Estos tres pixuetos afirman que están conociendo Asturias. «Sabíamos que en verano hace mucho calor», señalan, por lo que no les ha cogido por sorpresa. Para soportarlo, Alcalarbuerna aconseja: «el mejor truco es el sombrero».

Mientras estos tres amigos se cobijan a la sombra de la iglesia, los vecinos más jóvenes se decantan por la terraza del mesón Leiguarda, donde las hermanas Carmen y Cristina Álvarez bromean con refresacarse haciendo uso de la manguera. «El año que abrió la piscina, creo que sobre 1995, acabamos tostados porque no había prao y aquello era un secadero», evoca Cristina Álvarez. Su hermana, haciendo un ejercio de memoria, destaca el sofoco del año 2003, cuando «hizo mucho calor y llegamos a quemarnos muchas veces».

Si en San Antolín tiran de terraza, a tan sólo tres kilómetros de la villa, en Cecos, recurren a la solución tradicional: aislarse del calor en las casas de piedra. La cercanía del río Ibias, que refresca el ambiente, también ayuda a sobrellevar la canícula. «Soportamos el calor por el río, que atraviesa Cecos. Además, las casas de piedra aislan, explica Pepe «el Mergulleiro».

A sus 60 años, Primitivo Álvarez ha abandonado el pueblo, pero vuelve a él en cuanto puede porque «al pasar el puerto todo está más despejado».

Con las labores acabadas, sólo queda dormir una siesta a la espera de que la «sartén» se enfríe. Durante las horas de más calor, Ibias descansa a la sombra.