La batalla semántica se alza como un nuevo muro, por si había pocos, entre el PSOE y el PP, en cuyas siglas reside la primera y máxima responsabilidad de acabar con ETA, sea desde el Gobierno o sea desde la oposición. Ese cambio de papeles es una mera contingencia temporal que se decide en las urnas. De ahí la importancia de la sintonía de los dos partidos en dicha tarea nacional, la gran asignatura pendiente del sistema democrático alumbrado hace un cuarto de siglo.

A las estériles dudas sobre galgos o podencos, proceso de «paz» o de «rendición», suspensión o ruptura, se suma ahora la de la «unidad». Hay un clamor general que reclama y anticipa un frente común de los partidos democráticos contra ETA después del atentado del sábado 30 en Madrid. Difícil, por no decir imposible. Y de nuevo la semántica se convierte en un instrumento más al interesado servicio de cada partido, pues cada partido entiende cosas distintas cuando se habla de unidad. Sirva de ejemplo la elocuente lamentación pública del alcalde de San Sebastián, Odón Elorza, socialismo en la biografía, nacionalismo en los genes, cuando se muestra decepcionado por la ruptura de la unidad de los partidos democráticos provocada, según él, por el atentado de ETA contra la T-4 de Madrid. Habida cuenta que, al menos hasta ahora, el PP ha estado contra del «proceso» ruidosamente dinamitado por ETA, se deduce que Elorza no considera partido democrático al PP, lo cual es una aberración mental de este señor y puede sembrar alguna duda sobre el significado de la unidad que su jefe político, Rodríguez Zapatero, dice estar dispuesto a intentar.

Vamos a suponer que Zapatero quiere recuperar de buena fe la sintonía con el PP para ir de la mano en la lucha contra el terrorismo. Aunque lo demos por seguro, la formulación verbal de la oferta, a cargo del «número dos» del PSOE, José Blanco, no permite ser demasiado optimistas. Para Blanco, entenderse con el PP es que el PP «se sume a la política antiterrorista que, eso sí, corresponde al Gobierno». Y aun suponiendo también que Rajoy quiera recuperar de buena fe la sintonía con el PSOE, tampoco nos permite ser muy optimistas la formulación verbal de su oferta.

Consiste en que el Gobierno asuma las tesis del PP sobre la «derrota» de ETA como único camino para acabar con el terrorismo. Eso supone excluir cualquier posibilidad de diálogo, ni ahora ni nunca, aunque sea «infinitesimal», como ha dicho Ignacio Astarloa, secretario de seguridad y justicia del PP. Y eso nunca lo va a aceptar Zapatero porque equivaldría a cerrarse todas las puertas en el futuro y a fustigarse por su desdichada apuesta del pasado -el llamado «proceso»-, mientras en la plaza pública se mostraría contrito e implorante ante el PP por haber preferido a los nacionalistas como compañeros de viaje. Por fantasear que no quede.