Ya lo decía yo, dice usted. Y dice también que esto se veía venir, y que, aunque esté mal el decirlo, vino para darle la razón. Y que por eso no le resulta fácil enfrentarse a lo sucedido y mantener el tipo. Hay quien le ha visto disimular, poner cara de póquer y contar hasta tres en voz baja con tal de ganar tiempo y que no le traicione el cerebro; pero cada vez que alguien mienta la bomba se le enciende una luz en la nuca y tiene que hacer un esfuerzo para que no le ilumine la cara y se le ponga roja la barba.

La bomba está ahí; doscientos kilos de dinamita que avalan, según usted, lo que dice que no dijo. Aquello de que el Gobierno estaba negociando a espaldas del Parlamento y tenía a los terroristas contentos pues había dado palabra de conceder la autodeterminación, de que Navarra sería otra provincia vasca, los presos saldrían este verano y Batasuna podría presentarse a las elecciones de mayo con Otegi en plan estrella y aspirando a la Alcaldía de Bilbao.

Eso no recuerdo que lo haya dicho, dice usted, y repite que lo qué si dijo fue que esto se veía venir. Que lo veía todo el mundo. Todos menos el Gobierno, que no paraba de hacer concesiones para tener a los terroristas contentos. Lo dijo, lo dijo... eso fue lo que dijo, y el Gobierno despreciaba el consejo, repiten a coro los dirigentes de esa asociación de víctimas que ahora tanto sale a la calle y lamenta, a voz en grito, que el pueblo, adocenado, fuera receptor pasivo de sus mensajes y no respaldara la muy esperanzadora postura de que la paz se construye a tiros y tiene que pasar, necesariamente, por que haya vencedores y vencidos.

Ya lo decía yo, dicen ahora muchos de los que han visto reforzado su orgullo por el efecto de ese reconstituyente amargo que sustituye la inteligencia por el instinto y la palabra por un ladrido.

Ya lo decía usted, y todos, que las bombas y el terrorismo eran un camino inútil y equivocado pero la inutilidad del terror depende de la disposición de los políticos; y su postura, y la de otros de su mismo partido, le está dando una muy notable utilidad pues por efecto de la onda expansiva y del eco de sus reproches parece que la culpa es del Gobierno y no de los que han puesto la furgoneta y amenazan con el infierno.

Queda mucho trayecto. Quedan por salvar muchos obstáculos para llegar a lo que todos deseamos. El primero, el que usted mismo ha puesto, pues cada vez que cita el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo aparecen en las comisuras de sus labios dos restos de espuma verde que le recuerdan que algunos dirigentes de su partido, y usted mismo, se opusieron, en principio, a la oferta de aquel ingenuo y optimista líder de la oposición que finalmente les convenció para que lo firmaran, hizo en diciembre seis años.

Poco importa ahora cómo se gestó aquel pacto ni de quién fue la iniciativa. Hay en el aire tanto rencor acumulado que cuando dice que ya lo decía usted, que esto se veía venir, descubrimos, con espanto, que detrás suyo hay toda una manada de chacales ocultos que están saliendo de sus guaridas y que, a pesar de ir vestidos con trajes de los mejores modistos, disimulan malamente el gesto de ese latido de alivio que sintieron en sus retorcidas entrañas cuando vieron la columna de humo.

No hace falta que lo repita, ya sabemos que usted lo dijo; pero por cómo lo dice ahora, parece que quiera cobrar en votos el precio de su desprecio. Su rechazo sistemático a los que se empeñan en sacar adelante el proceso, convencidos de que cuando se puede hacer algo hay que intentar hacerlo.

Ese ya lo decía yo, que dice usted, es una atrocidad en sí misma. Es el amparo que buscan los que fruncen el ceño. Los que se ocultan agazapados en la trinchera y aspiran a desfilar después como vencedores, limpios de polvo y paja. Así que lo mejor sería que no repitiera más lo que dijo, y dijera fuerte y en voz alta que se suma, sin reservas, a la frustración de todos los que deseamos el final de la tragedia.

Milio Mariño es sindicalista y escritor.