H ace setenta años, la Legión Cóndor fue huésped de un Llanes en retirada. Pilotos alemanes instruidos para comerse el mundo, como Walter Adolph (quien, el mismo día que entraron los nacionales, el 5 de septiembre de 1937, sobrevivió a un accidentado aterrizaje en el campo de Cue), Bodden, Adolf Galland, Harder, Kohleim (un artillero muerto en el aeródromo corito mientras empuñaba una ametralladora antiaérea bajo el fuego de la aviación republicana), Stanislaus Leske (cuyo He-51 fue abatido el 11 de septiembre), Eduard Neumann, Sowanengal (que caería derribado sobre Avilés, el 21 de septiembre), Willy Sembach (caído poco después de Sowanengal) y Woitke son algunos nombres de una nómina perdida que he podido rescatar parcialmente en archivos, hemerotecas y libros de historia.

Cuando llegaron aquellos guerreros rubios y espigados -unos veinte pilotos y setenta y tantos soldados de apoyo y mecánicos- fueron alojados durante dos meses en casas prototípicas de la mejor arquitectura llanisca. Ocuparon en la villa los ya desaparecidos chalets de Gabriel Teresa y de Ceferino Ballesteros (éste, obra del arquitecto Joaquín Ortiz) en la avenida de la Paz; el chalet estilo montañés de Rogelio Gutiérrez (cuyo autor fue Miguel García Lomas) y el edificio de viviendas de Cosme San Román (diseñado por Mariano D. Lastra), edificados en 1929 y 1923, respectivamente, a ambos lados de la calle de la estación; la casa de Rafael Labra (hecha por el maestro de obras Juan Sordo Mijares a diez metros del Ayuntamiento); la pensión España Imperio, junto a la capilla de San Roque; la casa del Marichu, en la calle Posada Argüelles; la de Bruno Gavito en la calle Mercaderes (una mansión de 1918, «tardía evolución del Modernismo secesión», según ha catalogado María Cruz Morales); la del veterinario Felipe Ruenes, en la plaza de las Barqueras, terminada en 1929; la de Darío Mijares y la de Yanguas, ambas en la calle Nueva; la de Ramón Sánchez, en el Cuetu; la de Ramón Corces, en la subida a la Guía; el palacete modernista «de los leones» (hoy propiedad del famoso magnate mexicano Juan Antonio Pérez Simón); «Villa Vicenta» (llamada «del Coju de la Guía», espléndida muestra del Gótico victoriano, encargada al arquitecto Pérez de la Riva en 1896 por el indiano Pedro Teresa, y ya eliminada; en ella vivió el teniente primero y jefe de la III Escuadrilla de He-51, Galland, que luego sería un héroe en la Segunda Guerra Mundial), y el chalet «Los Barquitos», construido en 1923 para Juan Noriega Sordo, según proyecto de Rodríguez Bustelo.

Los aviadores, que en sus treguas descorchaban champán Veuve Clicquot en la confitería Auseva y compraban queso y mantequilla en la SADI, también se instalaron en la finca Partarríu («Villa Parres»), donde tuvieron su base tanquetas y camiones Diesel con letra gótica estampada en la lona. Esta imponente mansión, proyectada por Lavín Casalís y terminada en 1898, fue la vivienda del senador y fiscal del Tribunal Supremo Parres Sobrino (1865-1917) y en ella pasó temporadas Palacio Valdés. Ahora está adquiriendo notoriedad en cinemascope, desde que el año pasado acogió el rodaje de la película de miedo «El orfanato». No era la primera vez que se rodaban entre sus paredes escenas de un largometraje (en 1996, Gonzalo Suárez escenificó allí algunos momentos de su película «Mi nombre es sombra»), pero, en esta ocasión, el éxito internacional que se pronostica a «El orfanato» podría convertir el elegante y decadente edificio de Partarríu en un fotograma de culto para los cinéfilos, como la casa que sacó Hitchcock en «Psicosis». Ya vienen preguntando por él los turistas.