En Llanes sabemos bien que los efectos de las «nortadas» hurtan a las playas, cíclicamente, toneladas de arena (que luego son repuestas por las corrientes al cabo de cierto tiempo) y que en ocasiones dejan visibles -en el caso del Sablón- los pilares del balneario que en tiempos tuvo la villa. Pero quizá nunca habíamos asistido a un enfurecimiento del Cantábrico como el que nos sorprendió a principios de este mes de marzo. ¿Es posible que aún quede gente que dude de que el cambio climático avanza inexorablemente, sin vuelta atrás, y de que nos tiene reservadas sorpresas y olas cada vez más grandes y más devastadoras? Los recientes temporales que revolvieron las entrañas de la mar y nos metieron a todos el miedo en las entretelas han descarnado casi por completo la playa del Sablón y dejado al descubierto no sólo formaciones rocosas inéditas, sino también la desconocida presencia de una pequeña pero interesantísima obra de ingeniería. Es una boca circular de algo más de un metro de diámetro que hace adivinar una carcasa cilíndrica incrustada a considerable profundidad (a modo de tubería) y recubierta de ladrillo macizo.

¿Qué significa ese artesanal «juracu» asomado de improviso a la superficie?, me pregunta la gente, y yo digo que puede ser, sencillamente, un testimonio de casi noventa años de antigüedad, proveniente del Llanes de entreguerras, que era como una ínsula de Barataria, rica en miseria y con remiendos en los calzones y en la piel, en la que reinaba como figura imprescindible la partera «tía Ángela, la Raposa», que ayudó a venir al mundo a incontables críos de las familias humildes. Aquel Llanes supo poner, no obstante, ciertas bases del desarrollo del turismo, y a esta cuestión es, precisamente, a la que hemos de vincular la boca de ladrillo que se ha hecho ahora temporalmente visible, como si se tratase de una caverna paleolítica. El agujero debió de ser una parte crucial del sistema hidráulico que permitía sorber las aguas marinas para uso del balneario de la «bèlle-époque», construido por el Ayuntamiento en 1921, cuando era alcalde Francisco Saro Bernaldo de Quirós.

Antes, la playa había contado con un balneario de hechuras más rústicas y de vida más fugaz, instalado cerca de una larga rampa terminada en peldaños que daba acceso a la playa, y que sería destruido por un temporal a finales de 1917. Dos meses antes de que desapareciera, ese primitivo equipamiento quedó fugazmente registrado en un histórico documental sobre las fiestas de La Guía, rodado por la productora cinematográfica Pathé Frères.

El balneario levantado por Saro, que había costado casi 57.000 pesetas (el autor del proyecto fue Celedonio Torre, y el contratista, Ángel Oves), iría entrando en una clara decadencia, hasta el punto de que en vísperas del verano de 1934 el arquitecto municipal, Joaquín Ortiz, tuvo que desaconsejar su puesta en servicio si antes no se acometían en él reparaciones en toda regla. El Ayuntamiento convocó las bases para el concurso de arrendamiento por un período de diez años, con una cláusula leonina: el arrendatario estaba obligado a hacer las obras proyectadas por Ortiz, presupuestadas en 2.600 pesetas. Ningún particular entró al trapo y aquello languideció definitivamente. Luego, en plena guerra, el arquitecto, como responsable de la preparación de instalaciones para proteger a la población civil de los ataques de la aviación nacional, ordenaría desmontar el balneario y aprovechar el material resultante en la construcción de un refugio en el pórtico de la iglesia parroquial. En el Sablón quedaron sólo las huellas de los pilares y un agujero -un ombligo- oculto bajo la arena.