Anda nuestro equipo famoso, empate tras empate, pero sin perder, colocadillo en la única plaza de ascenso a Primera que nos queda libre, perseguido de cerca por otros tres, de los cuales no es moco de pavo la Real, que tanto se juega y que tan -cuentan los que saben-, tan presta y mullida tiene la cartera para incentivar a terceros en el apurón final.

Así que la gloriosa afición anda ilusionada con la subida, y los sensatos gestores públicos andan preocupados con la posibilidad probable de la subida. El desasosiego, claro, no es deportivo, sino económico. Tampoco lo es porque guipuzcoanos, castellonenses -en versión capitalina o ilicitana-, parezcan más dispuestos a incentivar a nuestros contrincantes para que nos frenen la carrera. No es precisamente por el frenazo, no. Es precisamente por lo contrario.

Porque, a ver, con un Sporting en Primera, ¿quién es el bonito que se atrevería a tapar las miles de bocas que airadamente pedirían refuerzos y fichajes dispendiosos a los directivos rojiblancos con el fin de hacer buen papel en la honorable división de los mejores? Y conocido el carácter de los gestores del pelotu que, aparte de otras virtudes personales y empresariales, también son tan futboleros como el que más, ¿cuánto tiempo iban a aguantar la presión sin embarcarse en la vorágine fichadora? Nadie cree en los milagros y todos se preparan para lo inevitable: otro marasmo económico, fruto de la emoción y de la necesidad, como ya hemos visto con horror en el pasado.

Malos tiempos para la lírica futbolera. Menuda si subimos, con ese monumento al feísmo que es El Molinón aguantando el tirón y en un veremos su remodelación -terco empeño en intentar el arreglo de lo que no tiene enmienda-, cuando nadie da un duro a las inmobiliarias y los adjudicatarios tantas calabazas han ido recibiendo ya de los amos de la piedra y el cemento para asociarse con ellos. Inquietante asunto, pardiez.

Plantados así los bolos, si subimos, no sería ninguna desgracia que los adjudicatarios desistieran y que, por fin, se afrontara con una cierta valentía la demolición del viejo mamotreto. Al fin y al cabo y, si se quiere, ni siquiera media centena de metros más allá.

Ya sé que no se trata de la solución final, menos mal, porque la pelota tira mucho; pero, pasase lo que pasase, a los directivos futboleros no les quedaría más remedio que navegar por su cuenta diez o quince añitos sin extender la mano hacia las administraciones públicas.

Los números parece que salen, incluso en esta situación inmobiliariamente difícil: el suelo caro es el que mejores visos tiene de sostenerse en momentos complicados.