En España siempre nos ha gustado mucho lo de las modas, sobre todo cuanto más tontas sean, y lo que triunfa ahora es el rollo de la igualdad, que está muy bien eso de que todos seamos iguales ante la ley -claro que eso depende del abogado que puedas pagar y del juez que te toque-. ¿Y por qué no somos iguales ante Hacienda? Aquí sólo pagamos los de siempre, mientras otros se van de rositas. Digo esto a tenor de la creación del Ministerio de Igualdad, que, como no tendrá competencia alguna -todas pertenecen a Trabajo y Asuntos Sociales o están transferidas a las comunidades-, se quedará sólo con la capacidad propagandística. Es como crear un Ministerio de las Nubes, o de los Eclipses, aunque seguro que hay algún talibán del BOE que se alega que si una ley lo dispone, y las nubes, cúmulos, cirros y eclipses habrán de adaptarse a ella. Un ejemplo: la mamarrachada de la diferencia entre trasvase, trasvasín, trasvasillo y trasvasete. ¡Si todo es llevar agua de un sitio a otro!

Ya que nos vamos a igualar, entre el pederasta que asesinó a Mari Luz y el juez que le dejó en la calle, ¿cuál es la diferencia? ¿Que uno es funcionario? ¿Qué ha estudiado Derecho, como la mitad de los españoles? ¿Que lleva toga negra? ¿Que ha sacado oposiciones? Aristóteles hablaba de cuatro causas en el Universo, y destacaba la causa eficiente, que era la que hacía ser a los objetos lo que eran -la causa eficiente de una estatua era el escultor-, y la causa final -que sería adornar el templo con la estatua-; la causa eficiente aquí ha sido no el pederasta -que sería causa material o formal, es un degenerado, un enfermo, en todo caso-, sino el juez, que ha sido quien ha dado el golpe, o, mejor dicho, ha dejado de darlo, para componer el cuadro. ¿Cuál es la causa final de tan funesta obra? Sencillamente, la de siempre, el mal del burócrata, del chupatintas, el creer que el mundo acaba en el borde de la hojaÉ Tan asesino es el desgraciado del pederasta como el patán del juez. ¡Y me da igual lo que digan los códigos, las leyes y el CGPJ!

Yo no quiero ser igual a nadie, ni quiero que nadie sea igual que yo. Eso se lo dejo a los egocéntricos, los narcisistas patológicos, los profesores de «OT» y la gente encantada de haberse conocido, como Mercedes Milá, Boris Izaguirre y la escoria del famoseo.

Una profesora mía, al preguntarle cuántos puntos había que sacar en el examen para aprobar, respondía muy ufana: «Cada persona es un mundo», y ésa es la gracia: si fuésemos todos iguales, menudo rollo yÉ ¡buff! ¿Iguales a quién? ¿A Zerolo y sus orgasmos? ¿A Rajoy? ¿A la Soraya? ¿A Llamazares, o a Valledor vestido de asturiano y danzando por la Quinta Avenida? ¿A Ovidio Sánchez? ¡Lagarto, lagarto! ¡Prefiero ser igual a Espinete o Don Pin Pon!

Procusto tenía una cama de hierro de tamaño regulable y ofrecía a todo viajero dormir en ella; cuando el exhausto caminante se tumbaba, comenzaba el espectáculo: si era alto, Procusto serraba las partes del cuerpo que sobraban; si era bajo, a martillazos le descoyuntaba para hacerle encajar en la cama.

No sé ustedes, pero, siendo así las cosas, yo prefiero ser diferente y pasar las noches en un saco de dormir.

¡Desigualdad para todos! Pero, eso sí, los mismos derechos. ¡Y deberes!