Los lectores habituales de esta opinión, cuando menos los que a diario me comentan lo plasmado en estas líneas, hace tiempo que los tengo divididos en dos grupos perfectamente diferenciados. Por un lado se sitúan los que siempre les parece poca la «caña» que se les da a los temas más variados, o a personas concretas. Jocosamente les comento que no me apetece de ningún modo el conocer Villabona, porque existen personas que además de detentar los resortes del poder en el amplio sentido de la palabra, a la par, gozan de bastante mala leche. Por la otra orilla -cierto que muy pocos-, aun estando de acuerdo prácticamente en todo, dicen que de cuando en cuando no estaría nada mal tocar asuntos pelín más amables. Sinceramente creo que lo hago, pero la problemática no es otra que la realidad resulta tozuda, y aun existiendo cosas buenas alrededor de nuestro entorno, su proporcionalidad resulta ínfima en comparación con el resto. Todas las mañanas comenzamos el día con noticias que invitan poco al optimismo, que nos hablan de desigualdades, diferencias según quien seas, que no deberían de existir, abusos de poder, y mil y una tropelías ante las que nos encontramos indefensos. Uno tiene la ventaja, pero que también está plagada de inconvenientes, dado que muchas de las cosas que explicito no gustan en determinados círculos de poder decir sin ningún tipo de cortapisas lo que pienso. Lógicamente no resulta ex cátedra, y cuento con opiniones contrarias, e incluso alguna vez, confieso, que no anduve «muy fino» al tratar algún que otro tema. Pero volviendo al inicio de la «acidez» no me cabe ninguna duda de que esta prevalece sobre la teórica dulzura. Y no sólo me refiero a todo lo relacionado con lo más cercano a nosotros los habitantes de las Cuencas, si no que se puede extrapolar el todo a nivel nacional. Para mínimos motivos de alegría, son muchos los palos, sofocones, agravios, chanchullos, e injusticias que una y otra vez caen sobre nosotros. Qué más quisiera uno, y supongo que todos ustedes igual, que estar instalado en la Arcadia feliz de don Armando, verlo todo de color rosa, y, obviamente, reflejarlo.

Como no resulta así, pues hay que dar «toques de atención» a lo que no veo justo, o considero desproporcionado. O simplemente los abusos de los diversos poderes contra el ciudadano de a pie. De ahí la pertinaz «acidez», que ni toneladas del antiguamente socorrido bicarbonato consiguen apaciguar, porque -insisto- lo negativo sigue ganando por goleada a lo positivo.