Renata aleteaba excitada. A su alrededor un grupo de aves y vegetales la escuchaban extasiados. Parecía estar narrando una buena historia, así que Elvira se acercó y aguzó el oído.

-?y fue entonces cuando mi tatarabuelo Hermenegildo cantó en señal de advertencia. El general Bárcena, que confiaba ciegamente en aquel hermoso gallo de dorado plumaje, se dio cuenta de que algo grave estaba pasando. Se levantó presto y reunió sus tropas, dándole así tiempo a organizar la batalla y derrotar a los taimados franceses. Fue una gesta gloriosa. El general sembró el pánico entre los enemigos causándoles numerosas bajas. A mi tatarabuelo le fue concedido el plumón de Isabel la Católica.

-¡Qué emocionante! -aplaudían las lechugas con sus tiernas hojas-. ¿Y dónde dices que se desarrolló tal hazaña?

-Aquí al lado, en nuestro país fronterizo. En el pueblo de Linares.

-¡No me digas que tienes un antepasado que participó en la guerra de la Independencia! -exclamó Elvira con cierta sorna-. Si es que aquí todo el mundo tiene un pedigrí?

-¡Que sepas que me han llamado porque quieren hacerle una estatua ecuestre a mi tatarabuelo Hermenegildo!

-¿Ecuestre!

-Bueno, no exactamente? A caballo iría el general?

-Renata?

-Bueno, no. ¿Pero a que sería un bonito detalle? Seguro que muchas gallináceas jugaron un papel fundamental en aquellos convulsos años. Sin ir más lejos, un ancestro de Jacinto era la mascota del corneta del Regimiento de Salas creado bajo el mando del coronel Gregorio Cañedo Vigil.

-Ji, ji, ji?

-Yo siempre imaginé a un antepasado de Jacinto a las órdenes de uno de esos curas trabuqueros.

-Ji, ji, ji?

-¡Os he oído! Que sepáis que aunque empezó como mascota de corneta, acabó como emplumado ayudante de mariscal de campo.

-¡Cuenta, cuenta! -animaban las lechugas, que seguían entusiasmadas las historias bélicas.

-En cierta ocasión mi antepasado cayó prisionero de las hordas gabachas?

-Jacinto?

-Vaaale, del ejército francés. Era por emular a Flórez Estrada. El caso es que esos salvajes pretendían prepararse un «coq au vin». Mi pariente logró escapar de tan vergonzosa muerte, pero antes de huir se acercó a la tienda de Napoleón y escuchó cómo planeaba ocupar Asturias, cuya posesión aseguraba las posiciones de Salamanca, Burgos e incluso Vitoria. Una vez en lugar seguro, informó a las autoridades de tan perversos planes. Por ello se granjeó un lugar en la historia e importantes honores.

-¡Atiza!

-Intervino además en la defensa del puente de Peñaflor al lado del general Carroll.

-¡Menuda paliza les dieron!

-Pero fue una auténtica epopeya, digna de figurar en los anales de la historia. Allí cayó el general francés Bonnet, y mi antepasado, que se llamaba como yo, no fue ajeno a este hecho. ¡Un auténtico héroe!

-Igualito, igualito que su descendiente.

-En el occidente astur es muy reconocido.

-¿Seguro?

-¡Al menos debería serlo!

-¡Qué triste! -una Elvira compungida sorprende a todos los presentes-. Que tanto heroísmo, una Constitución e ideas liberales desaparecieran de un plumazo bajo la figura de un personaje tan nefando como Fernando VII.

-Sí, una pena.

-Fue entonces cuando se fundó la República Independiente de Paraxes. Las aves eran conscientes de lo que se avecinaba.

-Y de lo que continúa, así que no nos salió tan mal.

-Podría ser mucho peor.