El 14 de mayo de 1948, a las 4 de la tarde, David Ben Gurion leyó en el Museo de Arte de Tel Aviv la Declaración de Independencia de Israel, que la Asamblea de las Naciones Unidas había aprobado el 19 de noviembre anterior. La resolución 181 de la ONU dividía Palestina en dos, como ya había decidido la Liga de las Naciones Unidas el 24 de julio de 1922 y, antes, la Declaración Balfour de 1917. El Consejo Nacional Judío aceptó esa resolución, pero los árabes no, porque su pretensión fue siempre echar a los judíos al mar. Así comenzó un rosario de guerras sin fin, que ganaron o empataron los hebreos. De ahí que en Israel anden estos días celebrando su sexagésimo aniversario y que los árabes reclamen todavía un Estado y muchos se contenten con la mitad del territorio que la ONU les concedió en aquella resolución de hace sesenta años.

Desde entonces la historia ha cambiado bastante. En España, ahora, la mayoría izquierdosa simpatiza con la llamada causa palestina, por esa tendencia sensiblera a apoyar al que aparenta ser más débil. Pero la cosa no fue siempre así y tampoco es cierto que, en este momento, sea ése el resultado de la balanza.

La Unión Soviética de Stalin fue uno de los más firmes partidarios de la creación del estado de Israel. Era lógico, por varias razones. Una, porque la mayoría de los líderes árabes eran declarados partidarios de los nazis, incluido el Gran Mufti de Jerusalén, el terrateniente Al-Husseini, amigo personal de Hitler y fundador de la división «Handschar» de las SS. Otra, porque el establecimiento judío en Palestina se sostenía y aún se mantiene en el «kibutz», que es una institución única en su género, una especie de comuna agrícola igualitaria, muy similar a los «sovjos», que eran las granjas colectivas soviéticas. Hay unas cuantas más, como que los comunistas son legales en Israel, en tanto que en los países árabes circundantes los matan o los meten en la cárcel, pero sería largo y aburrido extenderse en ellas.

La cosa cambió con el revisionismo de Jruschov y, sobre todo, con la gerontocracia esclerótica de Breshniev, que acabó liquidando la Unión Soviética. Estos prefirieron apoyar a las dictaduras militares de los países árabes cuando la crisis del petróleo. Fue una simple jugada de ajedrez internacional, aunque los peones eran los mismos. A partir de entonces toda la progresía mentecata y palmera del Kremlin dejó de ir a un «kibutz» en vacaciones, que era lo que hacían los rojos de aquélla, y se plantificó la «kefía», que es ese paño de cocina con que se cubrían los beduinos la cabeza, que no el pescuezo, como hacen ahora los ignorantes. Los burguesitos izquierdistas de salón aún siguen en esa inercia mental. Llevarles la contraria es siempre lo decente, así que, Israel, felicidades y buena suerte.