Fromm estudió, a mi juicio de modo clarividente, el miedo a la libertad que acreditamos la mayoría y debe de estar, por tanto, si no en nuestra naturaleza esencial, por lo menos hondamente asentado en nuestra cultura, considerada como comportamiento habitual.

Por eso, y porque solos no seríamos ni el frágil remedo de un iceberg acercándose a regiones cálidas, nos asociamos, y cuando lo hacemos con muchos suele difuminarse en el conjunto nuestra personalidad y cada día nos mimetizamos un poco más y nos vamos pareciendo a un perfil del conjunto en que es probable que destaquen características que nada tienen que ver con lo que en realidad pensamos y nos gustaría defender.

Por eso son, o, si preferís, somos, los que considero más firmes, los aparentemente menos de fiar. Los que estamos convencidos de pocas cosas, pero en esas creemos, y dudamos en cambio de todo lo circunstancial, y más cuando alguien trata de imponerlo como ineluctable.

Casi todo cambia, y cambia, sobre todo, el modo de verlo o la perspectiva desde que se mira; pero hay sobre todo conceptos que son esenciales, diría que unos pocos, inmutables, es decir, que no dependen de las preferencias humanas, que casi lo pueden todo en este mundo, pero no todo porque hay unas reglas, por encima de la ley incluso, que delimitan las fronteras de su legitimidad.

Tal vez sea la asignatura pendiente, o por lo menos una de las más difíciles de conocer y aplicar, cuando se alcanza la mayoría de edad democrática de un cuerpo social, que implica perder gran parte al menos de ese miedo a la libertad y aceptarla y asimilarla con las dimensiones y con las limitaciones que tiene para que cada día se construya el rompecabezas, el puzle de la libertad conjunta y coordinada de todos los miembros del grupo.

Ni siquiera el más numeroso de los grupos, ni la mayoría absoluta de las gentes está legitimada para decretar respecto de lo que es conceptualmente inmutable, ni siquiera cuando lo está para definir y delimitar de un modo o de otro el concepto sustancialmente cierto de que se trate. Hay cosas o conceptos que son lo que son, por más que nos empeñemos en admitirlas o no y por más que seamos capaces de verlas de modo diferente, desde diferentes puntos de vista o con unas u otras características.

Por eso es tan difícil y nos da tanto miedo asumir las responsabilidades de ser libres en el exacto sentido de la palabra, cuando hemos de resistir lo que no es más que capricho de pocos o de muchos, enfrentarnos con nuestros propios caprichos o los de nuestro grupo más afín y defender así la posibilidad de convivir todos, que yo estoy convencido de que es la única manera de vivir.