Tal día como ayer del año 1948, David Ben Gurión proclamaba el nuevo Estado de Israel. Fiesta, 60 años después, y una constatación dramática: la libertad y la democracia apenas se han abierto paso como se puede comprobar tras medio siglo largo en el que, en toda la región, sólo sigue existiendo un país libre.

Israel es una especie de multi piedra de toque.

Como decía, sigue siendo la única democracia de la zona, una isla de libertad en un océano de naciones dominados por dictaduras, unas terribles y otras guadiana, con rasgos a veces benevolentes que apenas ocultan su rostro más crudo, que suele ser el habitual.

Pero más allá, es un test planetario: los seres humanos amantes de la libertad y de la democracia admiran y apoyan la causa de Israel; los seres humanos devotos de las tiranías y las satrapías abominan de Israel.

Si se hace un balance de conjunto, se ve lo que apenas nadie se atreve a decir ni siquiera a pensar en soledad: la mayoría de los seres humanos no están de parte de la libertad y de la democracia.

Quizás es la conclusión más terrible a la que se puede llegar. Pero es tan cierta como la misma existencia del Sol.

Cabe matizarla por la propia presión de los regímenes totalitarios, que privan de información y por eso de capacidad de juicio a la gente. Pero, aun matizada, es una constatación desoladora.

Israel es la vanguardia de la libertad y de la democracia a escala planetaria porque late en unas coordenadas especialmente hostiles a la libertad y a la democracia. Sin exagerar, puede afirmarse que de la suerte de Israel dependemos todos.

Si mantiene su bandera contra viento y marea será señal de que la mejor causa sigue viva. Si es arrasada, como quieren sus enemigos más próximos y más feroces, habrá sonado la hora final para todos, empezando por España, ya que somos como Israel, frontera de territorios o dominados por el fanatismo o muy amenazados por esas pulsiones liberticidas, como se vio ayer en Álava.