La lucha contra el terrorismo es una sangrienta partida de ajedrez en la que está asegurado el resultado del torneo; sólo desconocemos los plazos. La banda terrorista no puede dar un jaque mate al Estado: su última oportunidad fue en los tiempos en los que el golpismo amenazaba a la democracia. ETA pretendía que los militares hicieran el trabajo por ellos de dinamitar la democracia.

El Estado de derecho tiene resistencia para garantizar que los terroristas no vencerán con las armas. El único peligro real es que el cansancio del miedo y de la muerte actúe sobre la psicología social para impeler una negociación claudicante. Ahora ya es también impensable ese escenario, por más que fuera cruenta la respuesta del terrorismo a la firmeza de las instituciones.

Las detenciones de una parte de la cúpula de ETA llevadas a cabo en Francia equivalen a la captura de un alfil o una torre. Todavía queda partida, pero las defensas y los medios de ataque de estos malignos están cada día más debilitados, lo que no quiere decir que no puedan capturar peones. Los tiempos no están tabulados como en las verdaderas partidas de ajedrez. El juego será más breve cuanto más se respeten las reglas: unidad antiterrorista, firmeza de conceptos y colaboración internacional para garantizar la eficacia policial. La receta, el reglamento del juego por parte de los demócratas, están claros. Sólo es necesario perseverar.

La conexión de algunos de los detenidos con Batasuna confirma, una vez más, que en el universo del terrorismo no hay capacidad para la autonomía respecto de los jefes militares. Todo forma parte del mismo conglomerado; todos son etarras.

Una de las asignaturas pendientes de esta batalla es la de cerrar definitivamente las puertas a la esperanza de los terroristas. Cada vez que hay un dirigente político o un periodista -después del atentado de la T-4, cuando ETA confirmó que no tiene capacidad de compromiso ni palabra- afirma que habrá que negociar cuando se den las condiciones, sólo está estimulando a los terroristas para que sigan matando porque les genera la ilusión de que algún día podrán ser honorables mediante la concesión de la capacidad para el acuerdo. En esta partida de ajedrez, no puede haber tablas bajo ningún concepto: los terroristas tienen que ser derrotados.