Fue a finales de julio de 2006. El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, le puso una querella al periodista de la Cope Federico Jiménez Losantos porque el turolense lo había acusado de tibieza -o si se quiere de gélida pasividad- en relación a las investigaciones sobre el 11-M. Al instante me pareció que se desataba una pelea de la máxima trascendencia y un detalle me inclinó a considerar que llevaba las de ganar el periodista. Ya veremos.

Y es que Gallardón presentó la querella el día en que Jiménez Losantos cogía vacaciones hasta septiembre, menuda maña maquiavélica, de manera que no le pudo responder en una buena temporada. Como se sabe, el maquiavelismo triunfa a corto plazo y pierde a largo plazo.

El caso es que ayer se inició el juicio mientras Ibarretxe daba detalles del referéndum separatista y la venta de viviendas caía un 40 por ciento. No es el Apocalipsis pero casi.

La vista se ha enredado con la crisis del PP, hasta el punto de que han testificado a favor de Jiménez Losantos, y por lo mismo contra Ruiz-Gallardón, nada menos que Esperanza Aguirre, Ángel Acebes y Eduardo Zaplana. Pero, por encima de todo, la cita en los Juzgados ha subrayado una vez más la extraordinaria importancia política del 11-M.

Por lo que sea, los socialistas y parte de los populares apenas se empeñaron en una investigación superficial. Esa pasividad -espero que no me lluevan querellas- es el gran misterio de nuestro tiempo. Y efectivamente sólo hubo condenas para dos pelanas de Lavapiés y un esquizofrénico de Avilés, sin que se sepa quiénes fueron los autores intelectuales del mayor atentado terrorista de la historia de Europa occidental.

De la cita de ayer saldrá aún más dividida la derecha española, más cómodo ZP, más lanzados los separatistas y más politizada la presumible segunda vuelta judicial del 11-M. Cui prodest? O dicho en román paladino, ¿a quién beneficia?

Fue a finales de julio de 2006. El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, le puso una querella al periodista de la Cope Federico Jiménez Losantos porque el turolense lo había acusado de tibieza -o si se quiere de gélida pasividad- en relación a las investigaciones sobre el 11-M. Al instante me pareció que se desataba una pelea de la máxima trascendencia y un detalle me inclinó a considerar que llevaba las de ganar el periodista. Ya veremos.

Y es que Gallardón presentó la querella el día en que Jiménez Losantos cogía vacaciones hasta septiembre, menuda maña maquiavélica, de manera que no le pudo responder en una buena temporada. Como se sabe, el maquiavelismo triunfa a corto plazo y pierde a largo plazo.

El caso es que ayer se inició el juicio mientras Ibarretxe daba detalles del referéndum separatista y la venta de viviendas caía un 40 por ciento. No es el Apocalipsis pero casi.

La vista se ha enredado con la crisis del PP, hasta el punto de que han testificado a favor de Jiménez Losantos, y por lo mismo contra Ruiz-Gallardón, nada menos que Esperanza Aguirre, Ángel Acebes y Eduardo Zaplana. Pero, por encima de todo, la cita en los Juzgados ha subrayado una vez más la extraordinaria importancia política del 11-M.

Por lo que sea, los socialistas y parte de los populares apenas se empeñaron en una investigación superficial. Esa pasividad -espero que no me lluevan querellas- es el gran misterio de nuestro tiempo. Y efectivamente sólo hubo condenas para dos pelanas de Lavapiés y un esquizofrénico de Avilés, sin que se sepa quiénes fueron los autores intelectuales del mayor atentado terrorista de la historia de Europa occidental.

De la cita de ayer saldrá aún más dividida la derecha española, más cómodo ZP, más lanzados los separatistas y más politizada la presumible segunda vuelta judicial del 11-M. Cui prodest? O dicho en román paladino, ¿a quién beneficia?

Fue a finales de julio de 2006. El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, le puso una querella al periodista de la Cope Federico Jiménez Losantos porque el turolense lo había acusado de tibieza -o si se quiere de gélida pasividad- en relación a las investigaciones sobre el 11-M. Al instante me pareció que se desataba una pelea de la máxima trascendencia y un detalle me inclinó a considerar que llevaba las de ganar el periodista. Ya veremos.

Y es que Gallardón presentó la querella el día en que Jiménez Losantos cogía vacaciones hasta septiembre, menuda maña maquiavélica, de manera que no le pudo responder en una buena temporada. Como se sabe, el maquiavelismo triunfa a corto plazo y pierde a largo plazo.

El caso es que ayer se inició el juicio mientras Ibarretxe daba detalles del referéndum separatista y la venta de viviendas caía un 40 por ciento. No es el Apocalipsis pero casi.

La vista se ha enredado con la crisis del PP, hasta el punto de que han testificado a favor de Jiménez Losantos, y por lo mismo contra Ruiz-Gallardón, nada menos que Esperanza Aguirre, Ángel Acebes y Eduardo Zaplana. Pero, por encima de todo, la cita en los Juzgados ha subrayado una vez más la extraordinaria importancia política del 11-M.

Por lo que sea, los socialistas y parte de los populares apenas se empeñaron en una investigación superficial. Esa pasividad -espero que no me lluevan querellas- es el gran misterio de nuestro tiempo. Y efectivamente sólo hubo condenas para dos pelanas de Lavapiés y un esquizofrénico de Avilés, sin que se sepa quiénes fueron los autores intelectuales del mayor atentado terrorista de la historia de Europa occidental.

De la cita de ayer saldrá aún más dividida la derecha española, más cómodo ZP, más lanzados los separatistas y más politizada la presumible segunda vuelta judicial del 11-M. Cui prodest? O dicho en román paladino, ¿a quién beneficia?

Fue a finales de julio de 2006. El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, le puso una querella al periodista de la Cope Federico Jiménez Losantos porque el turolense lo había acusado de tibieza -o si se quiere de gélida pasividad- en relación a las investigaciones sobre el 11-M. Al instante me pareció que se desataba una pelea de la máxima trascendencia y un detalle me inclinó a considerar que llevaba las de ganar el periodista. Ya veremos.

Y es que Gallardón presentó la querella el día en que Jiménez Losantos cogía vacaciones hasta septiembre, menuda maña maquiavélica, de manera que no le pudo responder en una buena temporada. Como se sabe, el maquiavelismo triunfa a corto plazo y pierde a largo plazo.

El caso es que ayer se inició el juicio mientras Ibarretxe daba detalles del referéndum separatista y la venta de viviendas caía un 40 por ciento. No es el Apocalipsis pero casi.

La vista se ha enredado con la crisis del PP, hasta el punto de que han testificado a favor de Jiménez Losantos, y por lo mismo contra Ruiz-Gallardón, nada menos que Esperanza Aguirre, Ángel Acebes y Eduardo Zaplana. Pero, por encima de todo, la cita en los Juzgados ha subrayado una vez más la extraordinaria importancia política del 11-M.

Por lo que sea, los socialistas y parte de los populares apenas se empeñaron en una investigación superficial. Esa pasividad -espero que no me lluevan querellas- es el gran misterio de nuestro tiempo. Y efectivamente sólo hubo condenas para dos pelanas de Lavapiés y un esquizofrénico de Avilés, sin que se sepa quiénes fueron los autores intelectuales del mayor atentado terrorista de la historia de Europa occidental.

De la cita de ayer saldrá aún más dividida la derecha española, más cómodo ZP, más lanzados los separatistas y más politizada la presumible segunda vuelta judicial del 11-M. Cui prodest? O dicho en román paladino, ¿a quién beneficia?