Hay un dicho popular y, como todos los de esta índole, verdadero que dice que la primavera la sangre altera. No hay mes más primaveral que mayo, porque durante el mismo la luz del sol está más crecida, la temperatura ya es agradable, el verdor de los campos y el brotar de los frutos se muestra exuberante, y renace la naturaleza toda. Llueve, incluso, pero no por fastidiar al cómodo urbano, sino por dar más savia al esplendor de la hierba.

No es de extrañar, pues, que esa imponente explosión de la naturaleza influya en los humanos, les altere la conducción sanguínea y les incite a mostrarse violentos, rebeldes con lo establecido, revolucionarios. En la historia sobran los ejemplos y, sobremanera, dos de ellos pueden servirnos de paradigma, por el redondeo de los años que hace que sucedieron. El uno, los doscientos años de la revuelta contra el francés, origen de la nación española moderna, por mucho que a algunos les pese y que no es al caso ahora discutir. El otro, los cuarenta años del mayo francés, con los adoquines del Quartier Latin levantados, sus asambleas en el teatro Odeón y las banderas rojas con los retratos de Stalin y Mao, de los que ahora nadie se acuerda, aunque no hay progre que no estuviera allí, en primera fila, faltaría más.

Es que en mayo siempre ha habido festejos por el renovar de la vida, que ahí están las paganas fiestas mayas de los pueblos, que aquí, cercano, todavía se celebran como las Flores de Grado. Pronto se bautizaron estos festejos, con la leyenda de la invención de la cruz por Santa Elena, madre del emperador Constantino, que ganó aquella batalla «hoc signo tuetur pius, hoc signo vincitur inimicus», «con este signo se protege el piadoso, con este signo se vence al enemigo», que es lo que simboliza el escudo de Asturias, de lo más izquierdista él, como se ve. Claro, es que, en España, la cosa viene de muy lejos, pues ya figura la festividad de la cruz de mayo en la Lex Romana Visigothorum, que promulgó Recesvinto, en el año 654.

De modo que es viejísima la relación de mayo y la cruz. Diríamos que son inseparables, por lo visto. Igualmente, mayo es consustancial con la revolución. Son la cara y el envés de este mes primaveral. Es, por tanto, lógico que haya sido en este mes, hace pocos días, cuando nuestro ilustre diputado Llamazares haya propuesto que se promulgue una ley para que se retire el crucifijo en los actos de juramento y toma de posesión de los ministros. Fuera la cruz de mayo en un mayo revolucionario.

Era una exigencia general incontestable. Millones de ciudadanos lo demandaban. Nadie hablaba de otra cosa. Era imposible seguir viviendo un segundo más sin la retirada de la cruz en los actos de juramento de los ministros. Sobre todo en mayo.