Al presidente Zapatero le ha sentado muy mal que el presidente del Banco Central Europeo, Trichet, el señor de los eurillos, haya pronosticado que el precio del dinero probablemente se va a elevar en julio, para procurar un enfriamiento de la inflación, desbocada. Es la medida clásica antiinflacionista, pero esto le pilla a España, con sus diez millones de ciudadanos hipotecados, en una situación delicadísima. De hecho, en cuanto el señor de los eurillos habló de la subida, el euribor transmitió la patada a los hipotecados españoles en forma de 70 y pico euros más que depositar en el banco cada mes.

Evidentemente, Trichet no es un patriota, según la concepción de Zapatero, ya que afirma lo obvio: que la célebre coyuntura económica es mala, y que lo peor es que la coyuntura se podría convertir en permanencia. Ya hay quien habla de que Occidente se enfrenta a los primeros síntomas de que necesita un cambio estructural profundo, consistente en una menor dependencia de los hidrocarburos.

Para julio, además del pronóstico de Trichet, y del subidón de la electricidad de Sebastián, se espera el barril de petróleo a 150 dólares, un precio brutal, a no ser que los saudíes y demás productores de crudo liberen reservas.

Sin haber llegado todavía a los 150 dólares, varias aerolíneas estadounidenses están ya reduciendo vuelos y subiendo tarifas. Por lo que aquí respecta, pescadores, transportistas, agricultores, etcétera, preparan paros largos y duros, y eso que todavía faltan 20 dólares para la temible marca de julio.

Contengan la respiración. Tal vez esta crisis se libre, o tal vez no. En cualquiera de los dos casos, parece obligado darle un giro a la civilización occidental, tan basada en los hidrocarburos que hasta constituyen una de las principales fuentes de ingresos de nuestro Estado, merced a los impuestos, caso del probablemente ilegal céntimo sanitario.

Ahora bien, todo esto parece ir afrontándolo Zapatero mediante la postura del don Tancredo.