Siempre creí que el viento nacía en Viodo. Pensé que el mundo en Viodo terminaba. Viodo era para mí el paraíso. Allí conocí el fuego y probé el agua. A Viodo yo le debo el pan caliente. En Viodo yo lo tuve todo un día. Viodo estaba tan lejos como un año. El nombre de los seres que no olvido. Los nombres que devora la distancia. Ca Telvina Carola y ca Rogelia. En Viodo apenas hoy me queda nada.

El cementerio donde mi madre duerme. La casería de los antepasados. El altavoz ronco del colchonero. Mi infancia de la mano de Remedios. La esbeltez del depósito, la escuela. El Castañeo, La Huelga y El Pozón. El llanto demencial de María Pacha. El yunque tempranero de la vida. El «Atrevido» atado bajo el hórreo. Las ristras de maíz como hambre fresca. El andaluz con aliento de vino. Las rosas de cien hojas de la huerta. El vaho protector que había en la cuadra.

La tierra que está encima de mi madre. El Estrián, agosto, tierra seca. La «gradia» y el surgir sin fin de las patatas. La claridad camino a Lavandera. El olor de la cal y los orígenes. La acritud del cucho en la antojana. Los altos eucaliptos vigilantes. El hule y la masera adormecidos. Las potas borbollando a fuego lento. El molino y la acequia en casa de África. El Humedal, la fuente, los narcisos. El sendero que sube hasta Bañugues. Atajos que bordean la mañana. La vía y los vagones de la mina. La estatura campesina del mundo. Los bálagos que visten el paisaje. El eco de la «línea» en Entrerríos. Secunda con su burro y las albardas.

El nicho en el que mi madre espera. El humo de la leche que se ha ido. Una mujer de luto con calderos. Una fuente donde lavan y cantan. La habitación cerrada por la ausencia. El rosario susurrado en penumbra. Los viveros tapados con un plástico. La chispa y la alegría de Clarina. El vaso con el perejil reciente. Los tiestos con crisantemos y dalias. El costurero, el huevo de madera. La lata de las cartas y postales. El cofre que guarda unas escrituras. El barreño de cinc, la palangana. Remedios que huele a limpio y a buena.

El eterno descanso de Luz Ovies. La higuera en el camino a casa Amparo. El campo de la iglesia, las campanas. El Bar Central, Ladino y Manolita. Aquel cuadro de «La última cena». La agilidad nerviosa de Marcela. Los estorninos y el ballico de Guerble. El día de la fiesta, las lanchitas. La procesión, la fe en «San Bartuelo». El aceite guardado por si acaso. El perfume a manzana en la panera. El musgo en las juntas de las ventanas. Los primeros tractores que llegaron. Los zapatos que Luis pone en entierros. El traje oscuro, la camisa blanca.

La lápida de Nieves y mi madre. Las vigas donde el tiempo se ahorca a diario. El «forno» donde el humo permanece. El cristal roto con la cinta aislante. La rama del laurel para el cocido. El azafrán y la canela en rama. Las golondrinas crías, su pico abierto. La cortina que había en la carbonera. El armario empotrado inalcanzable. El que cobra lo de las funerarias. El plumier de Adelina para Reyes. El reloj de la comunión. La esfera. La cinta atrapamoscas en el techo. La persona que varea la lana. El gancho con el trozo de tocino. Nori que borda para Albandi sábanas.

El cuerpo de mi madre tras el mármol. La muerte de Pacita, ¡qué lejana! El gesto y la bonanza de Zulima. María Estébana regando ropa al verde. La hoguera en la que queman trapos viejos. Unas astillas dentro de la hornilla. Los piñones que soltaban las piñas. Aquello de «Dios bendiga esta casa». La taza grande para el chocolate. La luz feliz que nunca más he visto. El «rinchar» del carro en la madrugada. La boda, el mismo día, de José y de Pilina. La luz sobre el silencio apolillada.

¡Viodo, qué cerca y qué apartado de mi vida. Cuántos sueños cruzando casa Flora. Cuántas noches bajo a los Abanales. Y cuántas Manolo me corta el pelo! Viodo. Ca Llarriba, Llabaxo y ca Santana?