A lo largo de la treintena de años que llevo trabajando en esto, he visto cómo la enseñanza en España era atacada desde múltiples ámbitos, pero, sin duda, las peores catástrofes que hubo de soportar fueron la LOGSE y el traspaso de competencias a las autonomías. Creo que, a estas alturas, la mayoría de nosotros hemos comprendido que el Estado nunca tendría que haber renunciado a prestar directamente los servicios básicos de educación, sanidad, seguridad o defensa, porque las necesidades y derechos básicos de la gente que vive en Grandas no son distintos de los que viven en Mojacar o en Mataró y los funcionarios que desempeñan su labor en los tres sitios deberían tener los mismos sueldos y obligaciones. La «autonomización» ha dado lugar a localismos absurdos, multiplicación de los gastos y agravios comparativos sin que haya aportado ningún beneficio real. La metedura de pata del Principado con la carrera profesional no es sino la última consecuencia de este despropósito y si a los funcionarios del Principado este asunto nos ha hecho rebosar de felicidad es porque ya nos han ido llenando de satisfacciones durante todos estos años que lo hemos sido.

Los reyezuelos de todas las taifas han puesto un gran interés en subrayar las pocas cosas que diferencian a los españoles de aquí de los de un poco más allá y un enorme esfuerzo en enfrentarnos unos a otros. Así, los alumnos conocen al dedillo las supuestas hazañas de Rebrutix, legendario jefe de la tribu local de los Cerriles, pero piensan que la República es un país sudamericano y Platón el capitán de su selección. Saben perfectamente los centímetros que, según el famoso pensador autóctono Palúrdez, debe medir el rabo de un gocho celta, pero no saben que 1,5 significa un euro con cincuenta y no un euro con cinco. Claro que la ignorancia hace mucho más gobernables a los pueblos y, al fin y al cabo, todo lo que necesiten saber sobre Madrid ya lo aprenderán cuando tengan que emigrar allí en busca de trabajo.

Porque la principal función de la escuela ya no es enseñar sino tener entretenidos a los chavales para que no interfieran con el trabajo de los padres hasta que puedan trabajar ellos. Cuanto menos sepan de historia, de filosofía o, incluso, de porcentajes, menos problemas causarán en el futuro. De la difusión de la cultura ya se encargan las «industrias culturales» que nuestro Gobierno autonómico ha creado en tan gran número que, sólo para hacer el listado, ya han gastado más de once millones de las antiguas pesetas y eso que han dejado fuera todas las que no fueron promovidas por ellos.

Por cierto, si quieren saber lo que entienden por «industria cultural», tendrán que leerlo directamente en la noticia que aparece en La Nueva España de este martes. Me hubiera gustado resumírselo pero me ha sido imposible. Después de conseguir atajar los ataques de risa, intenté eliminar las obviedades, las redundancias, las digresiones y, en fin, toda la paja, pero al final no me quedó nada. Probé una lectura en diagonal y la conclusión fue: «Una industria cultural es lo que nosotros digamos que es». Esto se debe seguramente a mi ignorancia ya que, por culpa del antiguo Bachillerato que me tocó estudiar, aprendí mucho de inglés pero ni una sola palabra de «tinés», que es lo que importa.