La anulación del PGOU dictada por el Tribunal Superior de Justicia de Asturias (TSJA) se nos antoja como la guinda perfecta para el pastel que el urbanismo gijonés venía cocinando con ahínco desde hace unos añitos. No entendimos cómo el PGOU entraba de ese modo en la zona rural. No entendimos cómo, en su etapa de tramitación secreta, todo el mundo sabía ya dónde comprar suelo bonito y caro. No entendimos el nuevo Cabueñes, ni el nuevo Castiello, ni etcétera; ni los bulevares y avenidas estilo Pozuelo de Alarcón. No entendimos cómo al plan de vías se le cambiaba la ficha para evitar un estación soterrada en El Humedal, a cambio de una en superficie en Moreda. No entendimos las alturas edificatorias que después han empezado a crecer aquí y allá.

Pero sí entendimos, hace poco, que el Parlamento europeo situara a Gijón el la lista negra del urbanismo depredador. Tan depredador que la sentencia habla de las hectáreas vegetales que se van a destruir, circunstancia que, junto al cambio de modelo territorial tan fuerte que opera el PGOU, hubiera obligado a otro procedimiento de tramitación del plan, mediante «revisión», en lugar de «modificación».

Pero no vamos a engañarnos. EL TSJA no tumba el PGOU por asuntos de fondo, por los contenidos, sino por las formas erróneas empleadas por el Ayuntamiento para su tramitación. Y tenemos ya indicios de que la municipalidad eligió el procedimiento equivocado. Y que el Principado, a través de la CUOTA (Comisión de Urbanismo y Ordenación del Territorio) no corrigió el disparo.

Ahora tenemos el pastel delante, con la guinda. Y las preguntas obligadas son: ¿en qué manos estamos? ¿Adónde está yendo a parar el urbanismo gijonés? Repetimos que la sentencia no entra al fondo, pero si este ya nos inquietaba, ahora, las formas erradas nos han dejado en estado de preocupación total.