Hubo un verano en que no pisé la playa, no me parecía que mi cuerpo adolescente cumpliera los cánones de la época. O al menos eso creía yo, porque entonces ni en la televisión, ni en los anuncios me pedían tener un cuerpo 10, mis complejos eran sólo producto de la comparación con mis compañeras de clase o alguna que otra actriz de cine.

Y es que todos vivimos una época (a menos una) vulnerable al qué dirán, a la imagen que mostramos de nosotros mismos y que pocas veces es la que quisiéramos tener. Somos débiles, muy débiles durante unos años. Años que superamos en general sin mayores consecuencias, como una gripe cualquiera, de esas que no llevan apellidos y a las que hay que dejar que se vayan solas.

Por eso asusta tanto ahora la insistencia en muchos medios de comunicación en necesitar tener cuerpos perfectos, y no precisamente por saludables, sino por guardar una determinada estética, muy poco frecuente en la naturaleza, que todo hay que decirlo.

Con los años se han ido suprimiendo los anuncios de bebidas alcohólicas y tabaco que proliferaban en la televisión hace unas décadas. Lo que nuestro cerebro observa con insistente frecuencia se hace natural y por consiguiente aceptable, sin cuestionarnos a dónde nos llevan esas ideas.

Ahora nos aturden con otro tipo de anuncios que aparentemente nadie considera perniciosos, anuncios, por ejemplo, de centros de cirugía estética, que te venden las operaciones como solución a la infelicidad, trayendo supuestamente consigo el éxito laboral y social. Trayendo en realidad consigo el amplísimo beneficio económico de sus promotores, pero eso no aparece en la publicidad.

Cada vez hay más jóvenes, muy jóvenes, que convencen a sus padres para que les permitan pasar por el quirófano y modificar ese detalle de su cuerpo que les angustia durante la «gripe adolescente». ¿Y qué pasará cuando el tiempo pase y las modas cambien, y lo que pusieron o quitaron ya no encaje en los nuevos cánones? ¿Y qué pasará cuando el tiempo pase y vayamos encontrando otros detalles, otros rasgos, otras arrugas que no nos dejen ser «perfectos»?

Y conste que entiendo esa sensación porque recuerdo aquel verano en el que gustándome como me gusta el mar, no pisé la playa. Pero mi renuncia no fue eterna y al verano siguiente, con un año más y menos pudor volví a enfundarme el bañador y a disfrutar de la arena y el agua.

Me gustaría pensar que este verano hemos apagado la tele y nos hemos olvidado de los cereales que nos adelgazan, de las colonias que nos hacen sexys, de la cirugía estética y de la operación bikini. Que el invierno es muy largo y este solín que nos carga de vitamina D nos deje con un cuerpo 10, pero de energía.