Se podrían contar cientos de detalles de la historia de la Universidad Laboral, pero desconocemos si le interesan al Principado y a los gestores directos del noble edificio de Cabueñes. No obstante, vamos a relatar uno de esos detalles, que viene como anillo al dedo ante el descuido -por decirlo con suavidad- hacia el pasado de la obra del arquitecto Moya, en la forma, y de la Compañía de Jesús, en el contenido (sin que ello signifique olvidar lo que sucede después de 1978, cuando los jesuitas se van).

El hecho es el siguiente: el edificio que iba a ser símbolo del poder de Girón en el régimen, y de su fama de aplacar a los obreros asturianos, y de su desconfianza hacia la Universidad tradicional -foco de revoltosos-, y de la nueva revolución social, y de tal y tal, es decir, la Universidad Laboral de Gijón, no exhibió finalmente placas, lápidas, ni esculturas de exaltación de sus mentores.

El final abrupto de las obras, en 1957, cuando Girón cae del Gobierno, explica este hecho, de modo que no vio la luz ninguna rotulación, ni la estatua ecuestre de Franco -prevista para la fachada Este-, ni la escultura de Girón, cuyo emplazamiento en la plaza mayor había señalado Moya con precisión y sin entusiasmo. Contemplen ustedes las hornacinas vacías en algunos muros de la Laboral y reflexionen sobre ello: lo que iba a ser un símbolo fastuoso se quedó sin las alhajas. Por otro lado, las directrices falangistas de sus fundamentos ideológicos quedaron anuladas por lo que la Compañía de Jesús quiso hacer. Los jesuitas, siempre escurridizos.

Antes de las reformas de la LAB Ciudad de la Cultura sólo había una placa de gran dignidad y justa colocación: la que el Colegio de Arquitectos descubrió en el Patio Corintio tras un congreso de la UNED sobre Moya. En ella figuran los arquitectos de la Universidad Laboral: Luis Moya, Ramiro Moya, Pedro Rodríguez Alonso de la Puente y el gijonés José Díez Canteli.

Ahora, vayan ustedes y cuente el número de placas inaugurales colocadas con la transformación en Ciudad de la Cultura.