Ando por tierras catalanas, a donde vengo gustosamente, pues la burguesía de por aquí (madre de aquella gauche divine) sabe de arte, de gastronomía, de política y últimamente mucho, muchísimo, de fútbol. Ese fútbol que tanto separa a catalanes y madrileños. En este viaje he encontrado un punto de coincidencia: las putas, y un singular entendimiento entre Esperanza Aguirre y Jordi Hereu respecto a la prostitución urbana en la madrileña calle de Montera y en el barcelonés barrio de Raval.

Aunque ambos políticos militan en partidos diferentes, parecen estar de acuerdo en esto de organizar al puterío.

En París han sacado de las calles a las prostitutas (cosas de Sarkozy, que no puede estar quieto) y se han instalado en los bosques vecinos de Fontainebleau, con lo cual han dejado de ser urbanas convirtiéndose en forestales. Las de Roma se han ido a los alrededores del Coliseo y las de Madrid, por la Casa de Campo.

Los políticos nunca han sabido qué hacer con las prostitutas. Si cierran los burdeles, se establecen en plena calle, originando un problema a los regidores que quisieran que las pobres mujeres fueran invisibles. Que la prostitución exista, pero que no se vea; que la haya, pero que no se note. Da lo mismo que las lleven a un descampado, ellas vuelven.

En Barcelona, hace años, con ocasión de un congreso eucarístico, las encerraron en un barco que estuvo en alta mar hasta la terminación del evento.

Moverán a las putas, pero no acabarán con ellas. ¿Por qué no se intenta erradicar a las mafias que se dedican al proxenetismo? ¿Por qué no se encarcela a los chulos y se deja en paz a las pobres mujeres?

La tan cacareada crisis tiene un efecto multiplicador en esto de la prostitución. Más paro, más hambre, y más putas. Viene en los libros. Mismamente parece que nuestros gobernantes no tienen lecturas.