A raíz del escándalo de Monica Lewinsky, y durante dos años, Chelsea Clinton prohibió a su padre que la visitara en la Universidad, porque se avergonzaba de que sus amigas la vieran junto a él. Hoy, la hija de Bill Clinton se plantea continuar la carrera política de sus padres, avalada por ellos. El daño no fue irreparable, y la vida en la Casa Blanca habrá significado un excelente trampolín laboral para la joven. Por supuesto, a ningún norteamericano se le ocurriría ni siquiera discutir si el hijo de un presidente es un personaje público. En España se le ha concedido a Zapatero la privacidad de su familia, pero se excede al reclamar secreto cuando él mismo exhibe a sus hijas. Ese proceder se conoce como censura.

En un alarde de soberbia, Zapatero considera que no fue invitado a intimar con los Obama como presidente de un Gobierno al que hay que pedir sangre fresca para Afganistán, sino como el importantísimo señor privado Zapatero e hijas. Al viajar en una delegación oficial y con cargo a los presupuestos, las jóvenes también representan a España -es su única vía de acceso a Obama- en el Metropolitan neoyorquino, por lo que están obligadas a cumplir escrupulosamente con el protocolo, en vestuario y comportamiento. Sin olvidar el detalle de que una de ellas tiene 16 años. Busquen a una persona de esa edad que se considere a sí misma una niña o una menor.

Si Zapatero deja hoy la Moncloa, en tres meses ningún medio sacará en portada una foto de su familia. Al recurrir a sus hijas como escudo humano persigue garantizar su propia inviolabilidad. Sólo hay un paso entre la protección de su entorno y la prohibición de críticas a su gestión, dado que alterarían la paz familiar, por lo que también implicarían una agresión irreparable a las menores. La boda del Escorial define la deriva imperial de Aznar con más fidelidad que el caso Gürtel, la histeria en torno a dos jóvenes sobreprotegidas retrata, con mayor precisión que la política económica, el momento en que un presidente se desliga de la realidad circundante.