Dicen que un buen vendedor puede vender cualquier cosa, que hay quién ha comprado parcelas en la luna, la Torre Eiffel o la Estatua de la Libertad. Porque convencer de la necesidad de poseer algo totalmente innecesario es, sin duda, todo un arte.

Hace algunos años ya (parecen siglos, pero no, quizás unos quince años, no más) un vendedor de enciclopedias llegó a nuestra puerta ofreciéndonos como obsequio, junto con la enciclopedia en papel, un producto novísimo, en el que estaba el futuro, un aparato reproductor de CDI (discos compactos interactivos).

Según él había dos sistemas nuevos de reproducción de imágenes en el mercado, pero el que perduraría sin lugar a dudas era el que él nos ofrecía como obsequio por comprar la enciclopedia no el otro, llamado DVD. El tiempo demostró lo contrario.

Junto con el CDI venía un disco compacto en el que supuestamente estarían todos los tomos de la enciclopedia que se nos iría ampliando según se actualizase. También teníamos un curso de inglés y un juego interactivo tipo «Trivial», además de asegurarnos que se estaban editando gran cantidad de discos para este nuevo aparato.

Aunque no soy muy dada a la tecnología, sí soy una gran amante de los libros y como no teníamos en casa ninguna enciclopedia nos decidimos a comprar esa, sin poner demasiadas ilusiones en el CDI, todo hay que decirlo, que lleva un montón de años cumpliendo su destino: cogiendo polvo en un rincón, quién sabe si con el tiempo no será un objeto curioso y único.

Con el CDI supuestamente vendrían otros regalos que nunca llegaron y nos costó muchos años y muchas llamadas de teléfono conseguir que la susodicha editorial nos dejase tranquilos y dejase de enviarnos vendedores ofreciéndonos regalos para compensar el mal sabor de boca, regalos que luego venían acompañados de su consiguiente factura. El nombre de la editorial no lo mencionaré por educación, que no por respeto, pues el trato que recibimos por diferentes representantes suyos se puede calificar de tomadura de pelo, por decirlo de una manera delicada.

Por eso me alegro de que ya no se estile tanto la venta puerta a puerta, resultaba incómodo despedir amablemente a todos por si volvía a sentirme estafada.

Ahora lo que realmente se lleva es la venta por teléfono, que incide más si cabe en tu intimidad. El teléfono suena en los momentos más inoportunos para ofrecerte todo tipo de servicios. Supongo que con ese sistema se obtendrán buenos beneficios dada la cantidad de ofertas telefónicas que recibo. Pero es que yo nunca acepto nada que se me presente por ese sistema, por muy beneficioso que parezca. Seguro que pierdo alguna que otra buena oportunidad. Qué se le va a hacer.