No soy antiguo alumno de nuestra Universidad, a la que considero, sin embargo, tan mía -o quizá mucho más- que la que en su día elegí para estudiar. Eso sí, pertenecí a su Consejo Social y ya entre mis antepasados de tres y cuatro generaciones encuentro vinculaciones académicas, modestas aportaciones económicas y maravillosas donaciones bibliográficas (*). He tenido trato cordial con casi todos sus rectores (Gendín, Silva, Virgili, Caso, Gascón, López-Cuesta, Vallaure, Julio Rodríguez, Juan Vázquez), incluso me entusiasmé con la iniciativa del inolvidable Miguel Virgós de hacer rector a un catedrático de Veterinaria, Zorita, para evitar la Universidad de León, con la ruptura ineludible del antiguo distrito.

La Universidad, cuatro veces centenaria, pugna ahora por una excelencia que merece y que es tan necesaria. No hay progreso sin la investigación y el humanismo universitarios. El equipo rectoral está teniendo el acierto de populararizar sus loables pretensiones. Eso de fotografiarse con las manos abiertas es un gesto «decontracté», que dicen en la francofonía: es abrir las manos al nuevo tiempo, sin miedo ni tan siquiera a la paralizante timidez.

Otras veces la Universidad echó ya mano de la sociedad en instantes críticos. Así, cuando hubo de neutralizar la pretensión de Pedro Sainz Rodríguez, ministro del primer franquismo, de trasladarla a Santander, o cuando el rector Alas Argüelles encaró la reconstrucción, o cuando Canella y el Grupo de Oviedo festejaron el tercer centenario, o con la Extensión Universitaria, o cuando se montó el viaje de Altamira a América, que en una oportuna conferencia ha resaltado, entre otros, recientemente el banquero Francisco Luzón.

Fue la de Oviedo la Universidad con más sentido social entre las españolas, y no debe quedar marginada a la vuelta de un siglo, pues sus afanes deben ser reconocidos en la hora europea que se vislumbra aquí, en Bruselas.

Por cierto, ya a finales del XIX Bruselas y Oviedo tenían estrecha relación académica.

(*) La exposición «Las horas de los libros», que, comisariada por Ramón Rodríguez, se puede contemplar en la sala del Banco Herrero, en la ovetense calle de Suárez de la Riva, además de una maravilla, prueba cómo la Universidad se sobrepone admirablemente a las épocas más duras.

antoniomasip.net