Esto de dar el pistoletazo de salida a la estación ferroviaria provisional -o condena para Gijón a una década de provisionalidad- le ha servido a la municipalidad de Felgueroso como autentico balón de oxígeno. Un balón del que han absorbido con intensidad, pues el urbanismo gijonés nunca se había visto tan extraviado. De hecho, lo vemos tan perdido como lo estuvo a comienzos de los años setenta del pasado siglo, cuando el PGOU de entonces fue anulado o reescrito varias veces, o cuando el delirio del Ayuntamiento por las alturas edificatorias alcanzaba el paroxismo.

En el presente el extravío comienza por el metrotrén y el plan de vías, con su parón en el tiempo y en las finanzas, pues los cálculos de plusvalías se han visto desbaratados por la crisis, y Fomento amarra la pasta.

La propia estación provisional se halla en una zona en la que el Consistorio ha jugado peligrosamente a elevar el número de plantas de los futuros edificios, o a despejar del lugar al Albergue Covadonga y a Proyecto Hombre. Y lo ha hecho mediante pintorescos razonamientos, como los de hace 40 años, y como si el vecindario se chupara el dedo. Lo mismo cabe predicar de las torres del «plan de Roces».

Y, en fin, ahí tenemos un PGOU anulado por decenas de sentencias adversas, que componen el resto de la estampa urbanística gijonesa.

Vamos, que como en el tardofranquismo, aunque estos paralelismos habrá que desarrollarlos más adelante y con mayor detenimiento. En definitiva, la idea básica consiste en que en toda época contemporánea en cuanto se le sueltan las riendas al urbanismo, éste de desboca, y en Gijón es ya una materia sin brida. Eso sí, haciendo gala de uno de los mejores tics franquistas vigentes, el Ayuntamiento disfruta de cualquier inicio de obra pública como de un balón de oxígeno en tiempos de inmejorable asfixia.