Hace unas semanas coincidí con un buen amigo, profesor universitario de Contabilidad, participando en un seminario sobre control financiero. Durante la pausa del café le pregunté por sus últimos proyectos y me hizo saber que estaba emigrando hacia otras áreas de la economía que ahora le parecían más interesantes.

¿La contabilidad, poco interesante? Es demasiado estática, me dijo. «Ahora estoy enganchado a los experimentos de preferencias declaradas (EPD)». Por ejemplo, le interesaba, más que los complejos modelos econométricos, saber si el nivel moral o las corruptelas tienen relación con la posición social o económica de cada quisque y así orientar la toma de decisiones públicas. Para ello diseñaron un proyecto de investigación que involucraba a los camareros del bar de la Facultad, que devolvían dinero en exceso al consumidor para saber el perfil de los comportamientos honrados. También estudiaban el nivel de aceptación de ofertas de empleo por el mismo sueldo que la prestación de desempleo.

El asunto me hizo recordar la película «El experimento», basada en un hecho real acontecido durante 1971 en la Universidad de Stanford para estudiar la respuesta humana a la cautividad, en particular, a las circunstancias reales de la vida en prisión y los efectos de los roles sociales impuestos en la conducta. Se reclutaron voluntarios que desempeñarían los roles de guardias y prisioneros en una prisión ficticia. Sin embargo, el experimento se les fue pronto de las manos y se canceló en la primera semana.

La principal conclusión, los seres humanos reaccionamos de similar manera al ejercicio del poder en un entorno nuevo y de ausencia de controles efectivos, lo que genera una distorsión sobre la ausencia de responsabilidad personal de nuestros actos y un consecuente desvío de las directrices morales.

Hay todo un mundo por descubrir en la economía del comportamiento humano, incluso cuando actúa en forma lógica. El reciente libro de Javier Ruiz «Psiconomía» (Aguilar, 199 páginas, septiembre de 2009 y 17 euros) nos habla de una nueva disciplina que quiere ser más realista, al incorporar a la economía los mecanismos irracionales en la decisión humana.

Veamos unos ejemplos que se mencionan en el texto. La Universidad de Stanford probó que quienes creen estar bebiendo un vino de 45 dólares experimentaban más placer que quienes creían beber uno de 5 dólares. Conclusión: encarecer un producto mejora la satisfacción del cliente. O sea, que los laboratorios farmacéuticos? ¿nos ayudan cuando encarecen sus productos? Parece que sí. La Universidad de Iowa probó que «los fármacos más caros curan más», pues los pacientes que habían pagado 2,5 dólares por sus medicinas experimentaban mejores efectos que quienes pagaban 10 centavos por ellas. Esto de la psiconomía es realmente interesante y explica los espejismos y desajustes que se producen en nuestra economía diaria.

Así, el sesgo de la confirmación, que hace que estemos más predispuestos a escuchar y aceptar aquella información que refuerza lo que pensamos, y tendemos a menospreciarla si lo contradice. Eso explicaría por qué casi nadie advirtió la crisis actual. El propio «Financial Times» en su portada de 30-12-2008 se preguntaba «¿Por qué la crisis ha sido tan inesperada? Porque la gente ignora las predicciones que no le gustan».

Los experimentos también previenen frente al exceso de información y su redundancia. En 1994 quince compañías fueron presentadas a analistas de tres maneras diferentes, añadiendo información redundante. El resultado fue que cuanta más información recibían, menor fue su nivel de aciertos en las previsiones. No es de extrañar tanto error. La Universidad de Estocolmo logró probar, hace unos años, que lanzar una moneda al aire para tomar la decisión de comprar o vender acciones era más rentable que confiar en las previsiones de los analistas: 50% frente al 40% de aciertos en los asesores.

Estos asuntos interesan mucho a la economía. La estadounidense Elinor Ostrom recibirá mañana el premio Nobel de Economía 2009 (compartido con Oliver E. Williamson) por sus estudios sobre el comportamiento humano en relación con las instituciones colectivas.

¿Cómo un grupo de ciudadanos interdependientes pueden organizarse y gobernarse a sí mismos para obtener beneficios continuos ininterrumpidos, a pesar de la tentación del gorroneo («free-ride»)? Llevamos siglos buscando la respuesta.

De este modo, Ostrom ha aclarado las características centrales del autogobierno, como que la participación activa de los usuarios es esencial, y las reglas impuestas desde el exterior tienen menos legitimidad y hay mayor probabilidad de que sean violadas. Le mereció atención especial nuestro centenario «Tribunal de las Aguas», que arbitra de manera muy eficaz los conflictos del agua valenciana.

Pese a todo, las instituciones (en el ejercicio del poder) necesitan de controles externos efectivos. En el «experimento Milgram» se demostró cómo el ser humano puede ser capaz de seguir un comportamiento amoral en ausencia de responsabilidad y obedeciendo ciegamente a la autoridad. Antes de presentar los datos, Milgram pregunto a cuarenta psiquiatras qué porcentaje de personas traspasarían esas barreras. «El uno por ciento sádico», contestaron. La realidad era que, sometidos a las circunstancias que antes comentamos, dos tercios de los participantes habrían llegado a dañar a otro ser humano.

¿Entendemos las connotaciones que implican estos resultados respecto a la corrupción? Pero, como dice Zimbardo, la psicología no es la «excusología», y entender el proceso no es disculparlo. Por eso, la opción valiente, la que nos convierte en personas extraordinarias que ponen por encima de su integridad el valor de la sociedad, es tomar la decisión correcta y denunciar.