Barack Obama recibió ayer el Nobel de la Paz y llegó a la ceremonia montado en un automóvil blindado, tipo monovolumen, que debía de pesar unas cinco toneladas. Probablemente fuera más resistente que la mayoría de los vehículos militares enviados por Occidente a zonas de conflicto. En cualquier caso, tiene algo de paradoja esto de recoger un premio a la pacificación del planeta y hacerlo protegido por unas decenas de milímetros de acero en cada puerta del coche.

Pero dejamos de lado este blindaje internacional y venimos a lo nuestro. Las playas asturianas no están blindadas: pierden arena en cantidades industriales y los expertos dicen que se han tocado tanto las costas que nuestro litoral será castigado inmisericordemente por las corrientes marinas a las que hemos vuelto locas previamente. El arenal de San Lorenzo también ha perdido unos miles de millones de granos de arena, como evidencian las rocas que han quedado al descubierto. La verdad es que hay que reconocerle a la Autoridad Portuaria de El Musel una suerte loca, ya que, como la desgracia es general y afecta a toda la costa de la región, no se puede afirmar que el puerto solo y en exclusiva nos haya fastidiado la playa. De hecho, mucho antes de la última obra muselera ya subía y bajaba el nivel de arena en diversas zonas de la playa, de modo que ello obligaría a invocar a los espíritus para saber dónde empezó el problema. Nos referimos, evidentemente, a los espíritus de los ingenieros difuntos que durante más de un siglo han trabajado en El Musel y en los restantes puertos, dársenas, rías, etcétera, de la costa cantábrica. Demasiada tarea.

No obstante, a la citada Autoridad Portuaria habrá que solicitarle una medida fina del problema, no vaya a ser que se nos esté yendo más arena de la acostumbrada. En cuanto a rellenar lo perdido mediante arenas importadas, no lo vemos nada claro, salvo que fuera una operación que se practicase cada pocos años. En resumen, nos hemos cargado el blindaje natural de la costa y ahora a ver quién lo arregla.