Las Navidades ya no son tan blancas. De vez en cuando, algún que otro año, nos sorprende una ola de frío por estas fechas dejando caer del cielo unos cuantos copos de nieve sucia que apenas dura lo que tardan los críos en hacer un muñeco. Con aquel frío invernal que sacudía el hemisferio Norte hace unas décadas se fueron ilusiones que ya no volverán. Porque las fiestas navideñas fueron, más que religiosas, una celebración gastronómica para reuniones familiares varias. Siempre se hacían excesos en estas fiestas, cada cual en su medida, para darle a la vida el aire festivo que se necesitaba para digerir que, aunque empezábamos un nuevo año, todo seguía, y seguiría, igual que el anterior.

Afortunadamente, pasó el tiempo y ya no había que esperar a la Navidad para degustar esas viandas que eran menú de diario en las clases que mejor llevaron las décadas que van de los cincuenta a los setenta. La Humanidad se ha individualizado y, quizás por eso, ha visto cómo se agriaba su carácter, provocando con ello altercados que por orgullo, la mayor parte de las veces, se convertían en eternas rencillas que separan familias para siempre. Y es que habiendo perdido la religión su influencia intimidatoria, ya no se hacen pelillos a la mar por cualquier cosa simplemente porque tanto fieles como beatos conmemoren el nacimiento de un niño del que dijeron era el hijo de Dios.

Sólo sobrevivió, casi intacta, la esperanza en que la suerte premiase nuestra fidelidad, esa que año tras año nos impulsa a gastar más de lo que realmente podemos, comprando décimos y participaciones de una lotería que constituye una de las tradiciones más aplaudidas por todos. Pero llegó el euro y, así como quien no quiere la cosa, provocó cambios en esa «Cantinela sanildefonsera» que amenizaba hogares, oficinas y comercios la mañana del 22 de diciembre de cada año. Y, claro, ya no es lo mismo; no pegan igual los euros que las pesetas, y si a eso le sumamos que para llegar a ser millonario hace falta mucho más dinero que antes, incluso este evento ve cómo el progreso ha ido empañando su brillo.

Eso sí, seguimos consumiendo como si nos fuese la vida en ello, pero con la conciencia tranquila, porque si antes se estaba en paz con Dios siendo buenos por Navidad, ahora se está en paz con el sistema si movemos dinero suficiente como para que esto siga funcionando un año más.