Un buen amigo mío, el periodista asturiano Miguel Somovilla, ha sido nombrado jefe de prensa de la Real Academia Española, que preside el también asturiano Víctor García de la Concha, recientemente distinguido por el rey Juan Carlos con el «Toisón de oro». Conozco a Somovilla desde que se inició en el oficio, le tengo particular aprecio y supe desde el primer momento que haría una buena carrera. Entre otras cosas, por su respetuosa devoción hacia la letra impresa, desde el más modesto opúsculo hasta la gran obra literaria. En una ocasión colaboré con él en la edición del porfolio de las fiestas de La Peruyal en Arriondas, su villa natal, y se tomó la tarea con el mismo sentido de la responsabilidad que si le hubieran encargado la revisión de un texto de García Márquez. Recuerdo incluso que nos desplazamos hasta el recinto de las fiestas, en las riberas del río Sella, para ponernos en situación y captar el ambiente.

Después, la vida lo llevó a otros lugares, pasó una temporada en Galicia, con base en Santiago de Compostela, y acabó en Madrid destinado en la RTVE, circunstancia que me permitió seguir sus pasos a través de sus frecuentes comparecencias en televisión, la mayoría de ellas relacionadas con asuntos relacionados con la cultura. Cuando él residía en Santiago, fue un día a esperarme al aeropuerto de Lavacolla y me regaló un libro de poemas de Xosé Luis Méndez Ferrín, «Pólvora e magnolias», cuya lectura le había entusiasmado.

La existencia discurre por unos meandros caprichosos y va haciendo coincidir distintos afanes personales. Ahora resulta que, al cabo de los años, Méndez Ferrín es presidente de la Real Academia Gallega y su reciente nombramiento ha sido acogido con reticencias en determinados ámbitos de opinión. No por su falta de méritos literarios, que son unánimemente reconocidos, sino por su pasado político, que algunos definen como independentismo radical y otros como marxismo radical. Tratándose de un intelectual, las objeciones de radicalismo (ir a la raíz de las cosas) son superficiales y adolecen de inconsecuencia. ¿Se puede ser independentista, marxista, católico o mahometano a medias? ¿Por la mañana sí y por la tarde no?

Contrastan clamorosamente las reseñas biográficas que se hacen de Xosé Luis Méndez Ferrín como presidente de la Real Academia Gallega con las que se dedican a Víctor García de la Concha como presidente de la Real Academia Española. Antes de ser catedrático de Literatura y luego académico, don Víctor fue sacerdote y ejerció como tal en Oviedo durante años. Era un cura importante y muy conocido en el ámbito de la curia y de la sociedad asturiana. Y por sus actividades extraeclesiales podría decirse de él que tenía «distinción profana», el mismo rasgo de carácter con el que Clarín quiso distinguir al Magistral de «La Regenta».

Gracias a esa «distinción profana», don Víctor fue alejándose gradualmente de su primera vocación y abrazó la segunda, donde todavía alcanzó mayores éxitos y reconocimientos porque es un hombre de indudable valía. No obstante, en ninguno de los resúmenes biográficos que he podido consultar aparece reflejada su etapa como sacerdote católico, una condición de la que no hay que avergonzarse en ningún caso. Por lo que uno tiene entendido, la aceptación del sacerdocio imprime un carácter carismático en quien recibe ese don sobrenatural, de una vez y para siempre. En cierto sentido, se trata de un radicalismo mucho más radical y profundo que el nacionalismo radical o el marxismo radical. Digo yo.