Convendremos que la crisis económica española tiene muchas causas exógenas. Convengamos, también, en que el sistema económico español no es obra del presidente del Gobierno, sino que viene determinado por unas circunstancias que ya son históricas y que ninguno de los gobiernos anteriores se ha ocupado de modificar. Estimemos, pues, que no toda la culpa de lo que ocurre es del Ejecutivo. ¿Por qué no reacciona el Gobierno para generar una credibilidad en su liderazgo y convocar una acción conjunta de la sociedad? ¿Por qué esos mensajes confusos y contradictorios que no hacen más que promover la desconfianza?

El presidente del Gobierno ha visto mermada su credibilidad por falta de realismo es sus exposiciones. Equivocadamente creyó que ocultar o dar una visión más dulce de la realidad le perjudicaría menos. Ha sido al contrario, en épocas de crisis lo que los ciudadanos esperan oír es relatos ciertos de la situación, convocatorias colegiadas al esfuerzo por resolverla y un mensaje final de esperanza de que por muy mal que estén las cosas, con el trabajo de todos tendrán una salida.

Una crisis requiere un liderazgo fuerte. Cohesión de equipos, espíritu de sacrificio colectivo, en la medida que le corresponda a cada sector social, y una mano firme para dirigir las reformas. Hablar claro a los ciudadanos, explicándoles las dificultades y los sacrificios que se precisan es el primer paso para lograr apoyos y ejecutar las medidas adecuadas.

Es cierto que España es un país interiormente insolidario; es cierto, también, que cada sector económico mira por sí mismo y que el partido en la oposición está instalado en la creencia de que «cuanto peor, mejor»; pero sólo una pedagogía correcta, una llamada al sacrificio y la colaboración de todos puede encarrilar esta deriva. Incluso el PP tendrá que echar una mano, al margen de sus intereses electorales, para tener crédito y que no se ponga en duda su patriotismo. Si Zapatero no reacciona pronto, será imposible que remedie la pendiente en la que se ha metido.