En 1956, en medio de los cañonazos de una de las guerras árabe-israelíes, Jean Jacques Lévy, un reportero gráfico francés de origen judío, fue invitado por David Ben Gurion a subir al avión del alto mando de las fuerzas armadas de Israel para sobrevolar la batalla del Sinaí. Lévy era el único fotógrafo a bordo, y cuando vio cómo Ben Gurion desplegaba sobre una mesa el mapa de operaciones junto Moshe Dayan sacó la cámara e inmortalizó el momento. Aquella fotografía, que se expuso en 2006 en la Casa de Cultura de Llanes, conserva hoy la fuerza de un documento histórico inapelable y patentiza la esencia de la biografía de un fotoperiodista que supo siempre estar en el ojo del huracán y dar preciso testimonio de ello.

El apacible mundo familiar de Lévy se había venido súbitamente abajo cuando las tropas de Hitler invadieron Francia en 1940. Era él, entonces, un estudiante de Derecho en Toulouse, y la Gestapo picó a su puerta. Jean Jacques, que había nacido en Mulhouse, Alsacia, en 1921, tuvo tiempo de saltar por una ventana y librarse, por los pelos, de ser detenido y conducido a un campo de concentración (sus padres y una hermana murieron gaseados en Auschwitz). A partir de ese momento empezó su trajín vital, que tiene algo de personaje de novela. El escritor y cineasta Gonzalo Suárez, buen amigo suyo, ha dicho que Graham Greene se inspiró en Lévy para uno de los personajes de «El americano impasible». No nos extraña.

En 1945, sin patria y sin familia, aquel judío rubio y menudo aprovechó la oportunidad de hacerse fotógrafo de prensa en Estados Unidos. Fichó en Nueva York por la agencia «Associated Press», casi sin tiempo para despojarse del uniforme de la XII Fuerza Aérea USA (a la que fue asignado como intérprete). Regresó a Europa, y durante cuarenta años ejerció una brillante labor en la agencia. Poca gente pudo ver tan de cerca como él la pista central del circo de un mundo abocado a la bipolaridad y a la amenaza del holocausto nuclear.

No se adscribió (cosa que choca) a la agencia Magnum, que fundara Rober Capa, pero alcanzó a inmortalizar en su salsa los ambientes y los gestos de Picasso, Dalí, Charles Chaplin, Orson Welles, Gary Cooper, John Wayne, Laurel y Hardy (el Gordo y el Flaco, captados en una patética imagen de decadencia), Hemingway, Eisenhower, Churchill, De Gaulle, Willy Brandt, Nasser... En todas ellas apreciamos la vena periodística del fotógrafo, pero también un exquisito talento artístico para elegir el encuadre y el instante. Lévy poseía la comprensión y el escepticismo de un atento observador de las miserias y de las grandezas del mundo.

En el verano de 1956, tres meses antes de lo del Sinaí, llegó a Llanes con su esposa, Clarisse, y sus hijos, Ninon y Pierre. Se hospedaron en un hotel a la entrada de la calle Mayor y se hicieron clientes de La Pilarica, la tienda de comestibles de Pilar Pérez Bernot. Con el tiempo se construiría un chalé en Celorio, y la hija, Ninon, se quedaría a vivir entre nosotros.

Tuve el honor de comer con él, mano a mano, muchas veces. La última vez, en 2007, en compañía de una de sus hermanas, superviviente de la Shoah. Era verano, y los camareros, algo sobrecogidos, miraban de reojo el antebrazo de aquella mujer, donde se distinguía una numeración tatuada a fuego y sangre en el infierno de Auschwitz-Birkenau.

(En memoria de Jean-Jacques Lévy, que acaba de fallecer a los 89 años de edad).