La primavera tiene también su despertador de ilusiones y las agujas de su reloj esperan ansiosas su hora y su día. Ella ya está entre nosotros. Lo saben todos los árboles de mi entorno que se cubren con sus pétalos blancos y pregonan con su billete de pureza que esperan en su andén la llegada de su tren florido.

Tras el suave pitido que anuncia su entrada a esa estación tan deseada, nos trae, en su equipaje, los frutos rojos de las guindas que alimentan los alambiques de mi oficio de destilador.

Por ello, en el deseo de darle mi saludo a la naturaleza, había colgado mi vista sobre un hermoso paisaje. Desde aquel lugar de privilegio, al que habían dado mi nombre, me sentía profundamente feliz. Está en una zona intermedia entre la montaña y el mar. Todos los horizontes me daban su brisa.

A mis pies el río, ese Sella de piraguas internacionales discurría en su caminar a Ribadesella, que también contemplaba, tras las casas y los verdes prados de mi parroquia de San Martín de Collera, refugio de sus habitantes.

Cercana, muy cercana, la sierra del Cuera nos estrechaba su mano, rocosa y firme, entre árboles múltiples y distintos y algunos caballos y vacas que pastaban en retozo por sus laderas.

Había, sobre un cielo azul, alguna nube perdida que, al igual que el algodón, se deshilaba por su pista, movida por un viento suave que iba y venía jugando al escondite de una forma caprichosa y pausada.

Estuve un largo tiempo en un silencio profundo, en meditación constante, diría que, en un sueño de felicidad despertado, tan sólo, por la música acompasada y deliciosa de un grupo de jilgueros que aterrizaban y despegaban, como acróbatas circenses, colgados en el trapecio de sus ramas.

Di un largo paseo. Me acerqué a varios árboles recién plantados. Sobre la debilidad de su tronco llevaban una etiqueta con su nombre y apellido cual si fuera el registro de su bautizo, sobre la pila bendita de la naturaleza, en las limpias aguas de un riachuelo abundante y cantarín.

Caía ya la tarde y recogí mis sentimientos, en la maleta de mis pensares, empezando mi descenso antes que la noche me envolviese entre estrellas y luna. Luego, ya en mi hogar, sentí la plena satisfacción de que para mi paz interior había encontrado, en aquel paseo, la mejor medicina.

Acabé de repasar los apuntes pendientes, tomé un café caliente, como es mi costumbre, e hice un brindis con mi guinda favorita por la salud del paisaje. Abrí, de par e par, la ventana a una naturaleza, amiga que fue compañera del mejor de los consuelos.

Me acosté temprano, encendí ligeramente la tele y, tras apagarla, le di vida a las ondas de mi radio que con sus noticias me llevó en volandas a ese descanso feliz que es el paraíso de los sueños.

Sin duda, un hermoso día a recordar. Bendita primavera.