Esto de la crisis es como si estuviéramos viviendo un permanente entremés, al modo de «El Retablo de las Maravillas», de Cervantes.

Se acordarán ustedes que, primero, no había crisis; luego, que era cosa de afuera; después, que iba a pasar como en un sí es, no es. De repente, un día nos despertamos con que todos teníamos que arrimar el hombro, porque había una crisis de no te menees. Pero por arte de birlibirloque comenzaron a surgir brotes verdes por doquier, que todo era como la ilustración de un cuento de Hans Christian Andersen. Y, naturalmente, estuvimos unas treinta y dos veces tocando el techo de la recesión, de la cifra de parados y de todas cuantas cifras de desdichas se publicaran. Se ve que el techo que nos cobija es móvil.

Los negros agoreros, antipatriotas e insolidarios, decían que para hacer frente a la crisis había que reducir el gasto porque si no hay posibles, pues no los hay, que es un razonamiento verdadero, porque es tautológico. Una de las propuestas para reducir el dispendio, que muchos proponían, era suprimir altos cargos y otras prebendas, chiringuitos y quioscos adyacentes al poder. La respuesta de los voceros del optimismo patológico era unánime hasta ayer. Decían que con eso no se arreglaba nada, porque esos gastos eran el chocolate del loro.

En el último Consejo de Ministros se aprobó la eliminación de unos cuantos altos cargos y de algunas de esas agencias, entidades y demás organismos varios, cuya existencia e inocuidad se defendía con tanto ardor hasta el día antes. Ahora nos enteramos de que, con tal medida, resulta que sólo en el Ministerio de Fomento se van a ahorrar algo así como mil quinientos millones de euros. Se ve que allí tenían un loro que comía miles de toneladas de chocolate. ¡Menudo pico que tenía el pajarraco!

Bueno, pues con todo ello ha quedado acreditado que aquí no necesitamos medidas rigurosas como en Grecia o Portugal, donde le han pegado un buen bocado a los sueldos y a las pensiones. Tenían razón los optimistas de los brotes y los techos, porque la solución en esta piel de toro es mucho más sencilla. Podemos salir de las angustias en un santiamén. Ahora se comprende que si no lo hicieron antes fue por darle emoción al argumento del entremés.

Imagínese si se hiciera lo mismo con los innumerables loros que hay en las diecisiete regiones y nacionalidades del Estado español. Excuso decirle si se recorta otro tanto en los ayuntamientos. Si se consiguiera eliminar a todos los loros o, al menos, con sólo que se redujera su dieta a una onza de chocolate, España sería la primera potencia económica del mundo. ¡Mierda de loro!