Resulta que sapiens-sapiens y neandertales se cruzaron, ya que tenemos hasta un 4 por ciento de ADN propio de esa especie extinguida. Pero, ¿había alguna duda? Nos dicen a diario que los humanos y las bacalorias tremens -y así mil casos más- compartimos el 90 por ciento de los genes, ¿qué hay de extraño entonces en el nuevo hallazgo?

Sólo un racista disfrazado de científico podría dudar de ese cruce cuando en la naturaleza hay mil ejemplos de apareamientos bastante más distantes.

A más a más, está por ver qué demonios es el genoma, los propios genes y tal ya que los hay mitocondriales -¿o es el ADN?- además de los comunes, se expresan o no se expresan, lo que cuenta, dicen, son sus combinaciones y ojo que hasta hace diez años se creía que un ser humano tenía del orden de 100.000 genes y ahora aseguran sólo 25.000.

Sospecho que estamos ante una complicadísima jerga, plagada de variantes ad hoc, que va a más en su complejidad y que... esas son las señales inequívocas de una mala teoría científica que, atascada, se limita a multiplicar los entes. Si además añadimos en este caso el problema de la imposibilidad de la falsación, propia de las disciplinas paleo -luego no son ciencias- nos topamos con un auténtico rigodón, muy útil para divertirse -y sobre todo muy sustancioso en cuanto a los dineros que se manejan- y fundamentalmente retórico y escolástico.

No quiero decir ni por lo más remoto que se trate de una farsa entre otras cosas porque los resultados son muchos y fuera de discusión pero el galimatías indica que por ahí no se puede avanzar al menos en relación con los esfuerzos que se realizan.

Dicho de otra manera: el paradigma está muerto y sólo se sacan frutos de sobreexplotar territorios ya conocidos, no del descubrimiento de espacios verdaderamente ignotos.

Sidrón es inocente: sólo ha servido para corroborar lo evidente. Usted también, amigo lector.