Garzón coge las de Villadiego y así, marchando, inaugura el nuevo curso, que puede durar dos décadas. Ha sido el más rápido en salir por pies. Si sumamos los cuatro frentes que tiene abiertos y el cambio político que se acaba de operar, sólo era sensato correr y correr sin parar.

Detrás de él irán más. El nuevo panorama, aunque no les iba a ser especialmente hostil, apenas permitirá las alegrías a las que estaban acostumbrados.

El escenario que acabamos de inaugurar exige, como me comentaba ayer un amigo, un director general que enlace directamente con el consejo de administración presidido por Angela Merkel sin pasar por la Moncloa, donde seguirá morando -a saber por cuánto tiempo- un extraño personaje, sin función conocida desde la madrugada del pasado lunes, en que la UE cogió el mando.

Si se arma, ese ZP-Alien será el pimpampum de las frustraciones de cinco millones de parados, otros cinco millones con las barbas a remojar y, en fin, de todos, porque de ésta perdemos el veinte por ciento de la riqueza, que es como retroceder veinte años hasta los oscuros ochenta, que, como la farsa manda, se bautizaron con el lema de la alegre movida. Bueno, peor fue llamar felices a los años veinte mientras nacían el fascismo, el nazismo y se ponía de largo el comunismo.

¿Qué director general? Para mí, es obvio: el carbayón José Manuel Campa.

Sabe cómo son las cosas en el mundo libre, conoce a fondo -después de un año de viceministro- hasta qué punto es vidriosa la economía española, no juega a la política en el sentido ideológico -es un tipo digamos de derechas en un Gobierno de izquierdas- y no aspira a la presidencia del sistema planetario como paso necesario para ser emperador del Universo y después llegar a Dios.

Garzón, proel de los que se van, y Campa, director general de quienes nos quedamos. Oigo, Patria, tu aflicción y escucho el triste concierto...