Como un huracán. El Real Oviedo lo tiene todo: historia, afición, campo y una ciudad como pocas. Es un equipo de Primera y si ahora y aún milita en Tercera -Segunda B para los que se autoengañan- es sólo porque las piezas del gran juego azul en vez de sumar restan. Por eso nos fuimos al pozo y por eso está costando mucho más de lo lógico salir.

Hoy es necesario superar el primero de los tres obstáculos programados pero, ojo, que se trata de figurar en Primera División, así que aún queda por dar el gran salto y para eso hace falta muchísimo esfuerzo a desarrollar a lo largo de la próxima campaña.

A mí la idea de unidad que habitualmente se maneja en estos casos y en mil más, entendida como programa salvífico, no me gusta un pelo. Siempre hay perspectivas y criterios distintos y contradictorios aunque sólo exista un interés: que el Oviedo suba. Pero menos aún me gusta la bronca permanente sin más objetivo que desestabilizar al equipo, a los jugadores y a la entidad para lanzar después un golpe de mano y recoger los restos con la idea de reconstruirlo todo a mayor gloria de los desestabilizadores ya convertidos en patronos.

Sin aquellas lamentables guerras internas -internas a la ciudad y a su equipo- que se vivieron hace unos años el Oviedo no hubiese caído al pozo donde aún está. A pesar de las inexplicables movidas que estamos viendo a diario -hace bien poco, el Oviedín ganó 9 a 1 y parecía un desastre a juzgar por lo que se oía y veía en las gradas-, se puede subir a Primera pero con doble esfuerzo del necesario.

El valor moral, sentimental, histórico y social del Oviedo es inmenso. Todos debemos ayudar a que suba o al menos no estorbar.