Cuando el sollozo llega hasta esta lágrima, / lágrima nueva que eres vida y caes, / estás cayendo y nunca caes del todo ,/ pero me asciendes hasta mi dolor, / tú, que eres tan pequeña / y amiga, y silenciosa, / de armoniosa amargura. / Con tu sabor preciso me modelas, / con tu sal que me llega hasta la boca / que ya no dice nada porque todo lo has dicho. / Lo has dicho tú, agua abierta. / Y este certero engaño / de la mirada, / transfigurada por tu transparencia / me da confianza y arrepentimiento. / Estás en mí, con tu agua / que poco a poco hace feraz el llanto. (Claudio Rodríguez)

«El corazón empieza bajo tierra, / pero acaba en tus labios y en los míos. / La muerte entonces duda en las cornisas / y una convalecencia de ojos largos / desprende las arrugas del temblor. / No hay que negar que eso nos salva, / pero entre tantas cosas tan perdidas / no es posible aceptar la salvación. / Y las manos, sin darse cuenta aprenden / el gesto incorregible / de volver a enterrar el corazón». (Roberto Juarroz)

El sufrimiento decidió asomarse en el bello rostro de Juliette Binoche. Y lo hizo cuando Abbas Kiarostami hizo mención en Cannes al encarcelamiento que sufre en Irán su compatriota y colega Jafar Panahi. La actriz francesa que visitó Irán por dos veces durante el rodaje de la película «Copie conforme», se siente concernida y consternada por lo que sucede en ese país. Y es muy llamativo que en un ceremonial donde lo superfluo no suele estar ausente esta mujer haya expresado su congoja de una forma tan sobrecogedora.

Confieso que, tan pronto vi su semblante desencajado por el dolor en la edición digital de este periódico, el 19 de mayo a última hora de la tarde, me estremecí. Y es que, frente a tanta vulgaridad que parece aumentar cada día, frente a tantas patrañas políticas, frente a tantos debates y polémicas que no son tales, sino algaradas barriobajeras, emerge de repente un hermoso rostro de mujer cuyas lágrimas no son consecuencia de esa especie de pornografía sentimental que nos persigue sin cesar, sino de la rabia y el orgullo frente al secuestro y a la represión que sufre un ciudadano, un cineasta en este caso, que tiene muchas cosas que decir y que contar.

Juilette Binoche, literalmente acongojada, con un dedo que parece querer sujetar ese nudo en la garganta que le duele, le oprime y le angustia. Los ojos, enrojecidos por el sufrimiento, venas que se transparentan en su frente, que nos recuerdan aquellas de las que habló Quevedo en su insuperable poema, de las que decía «que humor a tanto fuego han dado».

¡Qué digna representación de una gran actriz en la que muestra magistralmente la diferencia entre el dolor y el sentimentalismo más chabacano! ¡Qué llanto, ahogado, por la libertad! ¡Qué lección!

Y, al escribir estas líneas, tengo noticia de que se le concedió el premio a la mejor interpretación femenina en la 63 edición del Festival de Cannes por su papel en la película «Copie conforme». Se diría que la imagen de la que venimos hablando fue, además, un preludio de un premio que, esta vez sí, hace justicia poética.

Porque lo que esta mujer puso en escena en Cannes no fue un modelito, no fue una pose para fotógrafos, no fue una imagen amable para dar gusto a la ñoñez y a la frivolidad. Fue, como escribí poco más arriba, una puesta en escena a favor de la rabia y el orgullo, a favor de la libertad por la que la humanidad viene luchando desde siempre y nunca podrá dejar de hacerlo. Libertad, cuya ausencia produce ahogo, nos llena de zozobra.

Bien mirado, que en unos tiempos como los que estamos viviendo, el talento y la belleza de una gran actriz se pongan del lado de la libertad de un modo tan inequívoco no deja de ser una excelente noticia y un motivo para la esperanza, también en esta Europa que, entre otras muchas calamidades, soporta la clase política más mediocre e ineficaz que se recuerda.

Bien mirado, que en unos tiempos como éstos, se presente una película como «Copie conforme», historia de amor con registros del mejor cine hasta el extremo de que la propia Binoche haya declarado que se inspiró en Anna Magnani para interpretar su papel, significa entre otras cosas que el mejor cine que se produjo en este continente no está olvidado del todo.

Un director, una actriz y una película que narra una historia de amor, que se dan cita, entre otras cosas, para denunciar las atrocidades de un régimen político, en este caso el de Irán, y, con ello, para continuar la tradición del compromiso entre el arte y la libertad, entre la belleza y aquello que nos hace mejores como especie, es decir, el amor.

Historia de amor que se desarrolla en la vieja Europa, en la Toscana, protagonizada por Juliette Binoche, la misma actriz que hizo un papel tan soberbio como inolvidable en «Azul».

Historia de un amor en crisis, historia marcada por las complejidades y las pasiones, con guiños al mejor cine, con guiños a la libertad, a esa verdad que nos tiene que hacer libres.

¿Cómo no recordar que la canción más inolvidable que escribió Aute contra los últimos fusilamientos de la dictadura franquista es, también, una historia de amor? ¿Cómo no tener presente que las grandes historias de amor de la mejor literatura están protagonizadas por tejedoras de sueños en aquel siglo XIX que se abrían paso a dentelladas contra una monotonía asfixiante, contra unos convencionalismos que oprimían aún mucho más que los miriñaques y los corsés?

¿Cómo no tener presente, en fin, que esta rabia y este orgullo que exhibió con inevitable e irreprimible coraje la actriz francesa tienen como protagonista a una mujer que, en más de una película, mostró un atractivo delirante?

Y, sin embargo, en esta ocasión hizo gala de un arma mucho más poderosa que su belleza insoslayable: aquella que plasma el silencio más clamoroso, aquella que reclama y proclama con irresistible fuerza eso que llamamos libertad, que tan memorables páginas protagonizó en esta historia nuestra donde también se dieron cita glorias comunes y estrepitosos fracasos, a veces, también sublimes.