Me dice un amigo, que sabe de estas cosas, que hay no menos de setecientos jefes de protocolo pululando por ministerios, gobiernos autonómicos y por los grandes ayuntamientos. Setecientos. Que no digo yo que el cargo de jefe de protocolo de una consejería, pongamos por caso, sea algo poco relevante. De lo que no estoy seguro es de que sea imprescindible. Y cito solamente un ejemplo, entre otros muchos posibles: ¿No sería posible un pacto autonómico y local para la reducción de gastos, entre otras cosas?

Abrumados, como estamos, por las pesadumbres económicas, olvidamos a veces las institucionales. Temo que, entre gastos superfluos, libros educativos nocivos, querellas por el agua y nacionalizaciones de ríos, los españoles están empezando a cuestionarse la viabilidad del Estado autonómico, en cuya marcha se están dando demasiadas cosas absurdas.

Me preocupa, por ejemplo, que el presidente de la Generalitat catalana acuda al Senado para, en medio de un follón lingüístico de aúpa -había que traducirle del catalán la intervención; ¡a él, cordobés de pura cepa!-, amenazar con un posible fin del pacto constitucional si las cosas, referentes a la sentencia del Estatut, no salen como a él le gustaría.

Conste que lo que más me inquieta no es la posible concreción de la amenaza latente -a Montilla le falta un punto de «finezza» en el campo del manejo del florete-, sino la concatenación de unos hechos desde mi punto de vista negativos: que sea noticia que un representante autonómico acuda, al fin, a la Cámara de las autonomías; que sea noticia el mero hecho de que esta Cámara, tan sesteante, sea noticia, valga la paradoja; que haya que traducir al español la intervención de Montilla en catalán, y que también haya que traducirla, en el futuro, al gallego, al euskera y a lo que se tercie; que Montilla, socialista -aunque a su manera-, acuda al Senado a desgastar aún más al Gobierno central, también socialista; que pueda amagar con la ruptura del consenso que presidió la transición y años posteriores si un órgano institucional, el Tribunal Constitucional, sentencia contra sus intereses; que haga campaña electoral nada menos que en la Cámara Baja...

En fin, que me ha parecido una mala noticia esa comparecencia, tan ilustrativa del (mal) estado en que se encuentra el Estado -perdón por la redundancia- autonómico. Me parece que los españoles tienen hoy la imagen de unas autonomías regidas por unos señores y señoras poco conectados con el cuerpo social, que viajan mucho, gastan demasiado y rinden poco, que no acompasan sus respectivas legislaciones -dando origen a un caos considerable-, que cada día tienen un diálogo más difícil entre sí y más complicado con el Gobierno central, que marchan a distintas velocidades...

Parece, en suma, que hace falta algo más que esas conferencias de presidentes autonómicos instauradas por Zapatero para consolidar un Estado descentralizado cuya marcha, así, ya va haciéndose impensable en los nuevos tiempos que se reclaman. Ya le digo: si quiere usted un ejemplo de lo que, simplemente, ya-no-puede-ser ahí tiene las características de la comparecencia senatorial de Montilla. Y, claro, la pervivencia -cuántas veces en abierta confrontación por colocar a su señorito en lugar preeminente- de esos setecientos jefes de protocolo, residuos de esa España oficial, imperial y magnífica, que, ingenuos de nosotros, creíamos que se iba a apretar el cinturón al mismo tiempo y ritmo que sus habitantes, los simples mortales que andamos por la calle.