El Real Madrid es más importante que la mayoría de países del mundo. A falta de decidir si España figura entre ellos, se enfrenta a una situación incluso más acuciante que el club de fútbol. Sin embargo, el equipo contrata a un revulsivo, mientras el Gobierno se estanca en una alineación cansina. La institución deportiva debería sacrificarse para que Mourinho sea nombrado ministro. Su incorporación al Ejecutivo como titular de Economía tranquilizaría a los mercados bursátiles, por cuanto avalaría el cumplimiento disciplinado de los objetivos. Sus exigencias pecuniarias implicarían la privatización del Gobierno, pero ese matiz no puede empeorar la actual circunstancia.

Mourinho es más necesario en Madrid que en el Madrid. A nadie se le escapa que los madridistas hubieran eliminado al Alcorcón con el portugués en el banquillo, una gesta que no sólo queda lejos del alcance de Pellegrini, sino del gabinete de Zapatero al completo. Guardiola basa su gestión en liberar a los jugadores, un estilo que jamás ha triunfado en la vida real. El actual campeón de Champions prefiere esclavizar a la plantilla. A sus órdenes ministeriales, España engrosaría la lista del socialismo con rostro inhumano, pero no se desmandaría ni un porcentaje. Estamos hablando del monstruo que, además de convertir a Eto´o en defensa, le hizo callar.

Esta misma semana, ha sido doloroso contemplar a Elena Salgado balbuceando excusas sobre las incongruencias de un Decreto Ley. Si se le recrimina a Mourinho un error en algún planteamiento, replicará sin titubeos, en el único lenguaje que conoce y merece un periodista:

-Es usted un sinvergüenza.

El heredero de Cruyff no es Guardiola, sino Mourinho. Inspira el fanatismo imprescindible para salvar un país corroído por el relativismo disolvente. A sus órdenes, España será China y, de todas formas, el único entrenador que tolera Florentino se apellida Pérez.

Para que la crisis no se eternice, los políticos han de volver a dar miedo. Por tanto, Mourinho para ministro. Y nos quedamos cortos.