Desde 1989, cada 31 de mayo, la Organización Mundial de la Salud viene promoviendo el «Día mundial sin tabaco». Este año, con el lema «No seas ceniza» se eligió a Mieres sede principal en Asturias de los actos conmemorativos que hoy se celebran.

La historia del tabaco está salpicada de las leyendas y los sucesos más sorprendentes. Así, los mayas creían que sólo mediante el humo del tabaco se podían expulsar del cuerpo los malos espíritus que causaban las enfermedades. Y las crónicas cuentan que fue el andaluz Rodrigo de Jérez, compañero de Colón, el que trajo a España las primeras hojas de tabaco de América. Su mujer le denunció a la Inquisición al sorprenderle, encerrado en un cuarto, echando humo por la boca y las narices. Rodrigo estuvo preso diez años bajo la acusación de que sólo Satanás podía conferir al hombre la facultad de expulsar humo de tan singular modo.

A pesar de que fueron monjes españoles los primeros cultivadores con fines ornamentales y medicinales, la Iglesia se opuso durante varios siglos al uso del tabaco: lo consideraba una sustancia abortiva y afrodisíaca. Incluso hubo papas que aplicaron a los fumadores la pena de excomunión. Y el zar ruso Alexis los deportaba a Siberia, llegando a decretar la muerte para los recalcitrantes. Sin embargo, en la corte de Felipe II, la princesa de Éboli y Juan de Austria fueron activos defensores del tabaco; y una ordenanza parisina de 1645 parecía reconocer sus efectos curativos al disponer que sólo podía venderse en las farmacias.

Fue a mediados del siglo diecinueve cuando la Universidad de Montpellier publicaba un estudio médico sobre las nocivas repercusiones del tabaco, De cualquier modo, su elaboración artesanal encarecía mucho el precio, por lo que el hábito de fumar era entonces todavía minoritario: no se lo podía permitir la mayoría de la población. Al incorporarse al rancho de los combatientes en la Primera Guerra Mundial, el tabaco se popularizó a escala mundial, convirtiéndose en un negocio muy lucrativo. Pero, a medida que se conocen científicamente sus perniciosos efectos, las grandes compañías tabaqueras, sobre todo las norteamericanas, se ven obligadas a desembolsar a los afectados indemnizaciones fabulosas. Y los gobiernos, con sus leyes antitabaco, tratan de evitar las onerosas consecuencias del tabaco. Por cierto, en España, una excepción en Europa, hay más fumadores ahora que antes de la ley de 2006. Parece ser que Sanidad endurecerá este año las normas para los lugares cerrados.

En definitiva, tales medidas fueron muy polémicas en casi todos los países: sanciones y restricciones agitan enormes intereses económicos, afectando también a costumbres sociales muy arraigadas. Y el hábito de fumar contrapone inevitablemente salud y negocio, preceptos y placeres, libertad y mala conciencia. Gastos sanitarios y fiscalidad progresivos: el propio Estado se beneficia con los impuestos sobre un producto que reconoce altamente dañino para la salud. Una embrollada cuestión de humos y cenizas.