Era por mayo, era por mayo que hoy se despide quizás aún con otro susto, golpe, descalabro o como se quiera ver, porque los males nunca viajan solos.

Mayo del 10 quedará para la historia de España como el peor mes en cincuenta años y contrafigura de aquél del 68 que aquí no existió, aunque millones de compatriotas todavía se empeñen en contar sus hazañas por las calles de la patria mía y hasta de la metrópoli francesa, donde, por lo visto, se jugó el destino de la humanidad... y perdimos, ya que de aquellos polvos, más o menos imaginados, estos lodos ciertos como los adoquines que nunca llegaron a volar.

En sus «Meditaciones» dice el emperador Marco Aurelio: «Pronto habrás echado todo en el olvido, pronto todos se habrán olvidado de ti». Cierto, la memoria es de radio corto, pero la historia crece con el tiempo -por eso los progres han tratado de mistificarlo todo con el concepto tramposo de memoria histórica-, así que el Mayo del 10 acabará adquiriendo categoría mayúscula y todo se terminará explicando a partir de la quiebra de la economía española ocurrida el pasado día 7, del inmediato anuncio de un recorte del gasto, de las últimas mentiras cuando todo era brutalmente evidente, de la bronca telefónica de Obama y Merkel, de la pérdida a chorros de soberanía nacional, del plan de ajuste improvisado... y, supongo, de la caída del ruinoso Gobierno, que si no se produce hoy mismo, peor para todos, ya que así al menos redondearía el mes negro y acortaría unos plazos inevitables se miren como se miren.

Adiós, mayo maldito, que nos devuelves a los peores acantilados de hace treinta años -regresamos a los 70, no hay duda-, hola, bendito mes, y que viva el baño de realidad con que nos anegas, sea para borrar recuerdos tan desgraciados, sea para marcar a fuego nuestra terrible leyenda.

(Para la terapia de esta semana se recomienda vivamente el poema sinfónico «La isla de los muertos», de Rachmaninov).