Dicen que la serie «Perdidos» ha marcado un antes y un después en la forma de ver televisión, pero su episodio último, en una accidentada emisión simultánea en 59 países, ha dejado a muchos de sus seguidores huérfanos (televisivamente hablando) y bastante decepcionados.

Bajo mi punto de vista, en la propia insatisfacción de los fans, que no hemos visto resueltos sus enigmas, reside el éxito de la serie. La nueva ficción no ofrece respuestas, sino preguntas. De ahí que las grandes dudas existenciales estén siempre vigentes (de dónde venidos y a dónde vamos o si existen universos paralelos). Los guionistas han trabajado abriendo frentes crípticos jamás resueltos que hacen al espectador pensar. Dar respuesta a todos ellos no era ficcionalmente viable ni necesario para que la historia tuviese sentido. Es probable que tras obtener una respuesta para cada enigma, los espectadores, una vez cerrado el círculo definitivo, hubiésemos sentido un gran vacío al no quedar lugar alguno para la especulación.

La isla de «Perdidos» es muchas cosas, entre ellas una alegoría cristiana demasiado obvia como para pasarla por alto. La religión está presente incluso en la imagen promocional, en la que los protagonistas escenifican «La última cena» de Da Vinci con un John Locke emulando a Jesucristo (de hecho en la última temporada aparece como un líder resurrecto). También aparece en los grandes temas de la serie como la salvación, la redención, el purgatorio y la lucha casi divina entre las fuerzas del bien y del mal en lo que anuncia un final apocalíptico: si la isla desapareciese, el mundo entero se hundiría con ella. Destaca la simbología de los nombres: Jack se apellida Shepherd (pastor) y su padre es Christian Shepherd (pastor cristiano). Hay multitud de nombres bíblicos, como Jacob, John o Daniel. Además, se mencionan otras religiones: la iniciativa Dharma, sin ir más lejos, hace referencia al hinduismo y al budismo, y aparecen símbolos egipcios o alusiones al Islam.

La filosofía también está presente en algunos personajes que comparten nombre con filósofos anglosajones, como John Locke y David Hume, y en cuestiones planteadas como el determinismo y el libre albedrío o la lucha entre la fe y la razón. Posiblemente no exista una serie más metafórica que ésta, capaz de crear una relación casi espiritual con el espectador, llevando el relato al límite de lo poético y lo filosófico. «Perdidos» nos muestra que la vida no deja de ser una sucesión de incógnitas sin resolver. Tal vez todos debamos buscar nuestra propia isla donde poder dar respuesta a algunas de ellas.