Manuel Fraga sigue mostrándose desconcertado por el hecho de que Álvarez-Cascos no vaya a ser el candidato del Partido Popular en Asturias. A Fraga le cabía el Estado en la cabeza en sus buenos tiempos, pero ahora no le entra que su formación descarte al político gijonés.

Pero el desconcierto ya se extiende también por las aceras. Tras el cañoneo inicial, la oficialidad del partido en Asturias ha mandado toque de silencio, momento óptimo para las murmuraciones ciudadanas. Sobre Álvarez-Cascos pueden tenerse ideas diversas, incluso contradictorias, pero más allá de las percepciones alineadas a un partido, el vecindario indiferente a la política se pregunta qué estará pasando para que su propia formación le rechace. Son muchos menos los que se interrogan por las razones «subterráneas» del rechazo, pero también los hay.

Es decir, esta crisis del PP asturiano ha calado hondo, y las conversaciones de bar no la eluden, aun cuando se perciban los sucesos vagamente.

Además de este efecto sobre el ciudadano indiferente, en la derecha sociológica hay síntomas de desmovilización electoral, aun cuando faltan casi diez meses para los comicios autonómicos de mayo de 2011. Dicen los teóricos de la opinión pública que las derechas se desmovilizan con más facilidad que las izquierdas ante ciertos estímulos, o por la falta de ellos.

Pues bien, el comité ejecutivo del PP ha dejado la asignatura asturiana para septiembre, en el mismo fajo de problemas que Navarra y Valencia. Fraga sigue abogando por Álvarez-Cascos, pero el cañonazo de Gabino de Lorenzo -secundado por Pilar Pardo u Ovidio Sánchez- ha sido de tal potencia que no se ve nada claro cómo podrá Madrid enmendarle la plana imponiendo a Cascos. Sería cómo descabezar el PP asturiano, que, por otra parte, necesita una cirugía profunda: se trata del partido que no es partido, esto es, que ahuyenta partidarios y se especializa en sembrar desconcierto.